Érase una vez una niña llamada Elsa. Tenía una abuela muy mayor, de cabello blanco, con arrugas en todo el rostro. El padre de Elsa tenía una gran casa en una colina. Todos los días el sol asomaba por las ventanas del sur. Todo lucía brillante y hermoso. La abuela vivía en el lado norte de la casa. El sol nunca entraba en su habitación.
Un día Elsa dijo a su padre:
-¿Por qué el sol no entra en la habitación de
la abuela? Sé que a ella le gustaría recibirlo.
-No hay sol en las ventanas del norte, “dijo
su padre”.
-Entonces giremos la casa, papá.
-Es demasiado grande para eso, dijo su padre.
-¿La abuela nunca tendrá sol en su
habitación?, preguntó Elsa.
-Claro que no, hija, a menos que tú puedas llevarle un poco.
Después de esta conversación, Elsa trató de
pensar en modos de llevarle un rayo de sol a su abuela. Cuando jugaba en los
campos, veía la hierba y las flores ondulantes. Los pájaros cantaban dulcemente
mientras volaban de árbol en árbol. Todo parecía decir: Amamos el sol: Amamos
el radiante y cálido sol.
La abuela también lo amaría, pensaba la niña. Debo llevarle un poco.
Una mañana cuando estaba en el jardín sintió
los cálidos rayos del sol en su cabello dorado. Se sentó y los vio en su
regazo.
Los juntaré en mi vestido, se dijo-, y los
llevó a la habitación de la abuela. Se levantó de un brinco y entró en la casa
a la carrera. ¡Mira, abuela, mira! Aquí te traigo rayos de sol, exclamó. Y
abrió el vestido, pero no había un rayo a la vista.
Asoman por tus ojos, mi niña, dijo la
abuela, y brillan en tu cabello brillante y dorado. No necesito el sol cuando
te tengo conmigo.
Elsa no entendía cómo el sol podía asomar por
sus ojos, pero le alegró hacer feliz a su abuela.
Todas las mañanas jugaba en el jardín. Luego corría a la habitación de su abuela para llevarle el sol en los ojos
Moraleja: Podemos hacer la vida del “otro” más feliz y brillante con nuestras actitudes. No dejemos nunca de pensar cómo llevar luz y sol a quienes nos rodean.
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