VIERNES SANTO, en nuestra comunidad Beata-San Pascual y en toda la Iglesia, contemplamos la cruz como signo de vida cristiana, como locura de amor un Dios Padre, porque en su Hijo roto y muerto nos muestra el gran amor que nos tiene. La cruz es el libro del amor más grande. Jesús crucificado, con los brazos extendidos, entregado hasta la muerte por nosotros… es la expresión del amor más grande.
Contemplando la cruz de Jesús debemos repetirnos en el corazón la expresión de San Pablo: “Me amó hasta entregarse por mí”. Se dio así mismo, no se reservó nada para Él, nos dio su propia vida, se entregó hasta la muerte. No hay amor más grande que el que nos presenta la cruz. En la cruz de Jesús nosotros contemplamos hasta qué punto Dios no ha amado. Nos ha amado tanto que nos ha regalado a su propio Hijo.
En el Vía-Crucis,
preparado por el grupo de Migraciones y por el Grupo del Ministerio de la
Consolación, se nos invitaba a orar porque también la cruz nos recuerda que la
pasión sigue, que Cristo sigue sufriendo en los que sufren, que Cristo sigue
crucificado en los oprimidos y menospreciados, que Cristo continua su agonía en
los ENCARCELADOS, en los NIÑOS en los que hemos puesto pesadas
cargas en sus hombros, LOS
MIGRANTES, LAS FAMILIAS DE FALLECIDOS POR COVID, LOS POBRES, VÍCTIMAS DE ABUSO,
LAS “VÍCTIMAS” DEL CONSUMO, LAS MUJERES, LOS ABUELOS, LOS PUEBLOS ORIGINARIOS,
LOS ENFERMOS, LAS VÍCTIMAS DE LA CORRUPCIÓN, LAS VÍCTIMAS DEL NARCOTRÁFICO,
VÍCTIMAS DE LA GUERRA.
Es viernes santo, no es una fecha de luto y tristeza que nos lleve a la desesperanza y a la angustia, sino que es una ocasión para proclamar juntos el amor de Cristo con la certeza de que la luz vence a la tiniebla y la vida a la muerte.
Seguimos tus pasos, Jesús, que, desde la periferia nos enseñaste a vivir como resucitados.
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