Un grito surge en la Iglesia y en los templos de nuestros corazones: “¡Aleluya, Cristo ha resucitado!” La muerte ha sido vencida, la muerte no tiene la última palabra. ¡Jesús vive, no es un Dios muerto, ha resucitado! Nuestra fe no es vana ni inútil, creemos en el Señor, que nos ofrece, con su resurrección, una VIDA NUEVA, creemos en Él como LUZ que nos ilumina, PUERTA que se nos abre a la esperanza, CAMINO en la mañana de Pascua y VERDAD que nos propone el reto de sentir la belleza de una ALEGRÍA renovada en nuestra vida.
La búsqueda del Resucitado (como María Magdalena, Pedro y Juan) nos urge a ponernos en camino hacia el sepulcro, lo encontraremos vacío y nos invitará a ir hacia los hermanos para comunicarles que es cierto, que el Señor ha resucitado, que se nos ha presentado y que le podemos reconocer como Camino, Luz y Vida.
La primera lectura de
este Domingo Resurrección, (Hechos 10,34ª, 37-43) nos relata
cómo la actividad misionera de Pedro se abre al mundo de los gentiles. Lo hace
en casa del centurión romano Cornelio. Y allí se nos narra la proclamación del kerigma, es decir el primer anuncio de
la Buena Noticia de Jesús.
Tras exponer la vida y misión del Maestro, la
muerte en cruz y cómo Dios lo resucitó, el texto relata el envío a la misión,
el encargo a los que han sido testigos de todo lo acontecido por Jesucristo
para que lo transmitan a todos los pueblos.
Pedro se sabe portador de esta misión, recibida de Jesús, y manifiesta lo que “ha visto y oído”, como testigo que lo ha experimentado y no como mero espectador.
Reflexión: Nosotros,
como los primeros apóstoles, también hemos de anunciar la Buena Noticia, es
decir lo esencial de la vida, misión, muerte y Resurrección del Maestro de
Nazaret.
Nuestras palabras y gestos tienen que estar sustentados por la actitud de “pasar haciendo el bien y curando toda dolencia” Pero no nos olvidemos que para predicar a Cristo y ser sus testigos antes hemos de experimentar en nosotros la Resurrección.
El evangelio (Juan 20,1-9) nos presenta a María Magdalena, símbolo de los buscadores de Jesús. Ella es la que se acerca al sepulcro de “madrugada y en la oscuridad”. Lo que ve es la piedra movida y esto le hace ponerse en movimiento, en modo testigo e ir corriendo donde estaban los apóstoles reunidos y escondidos pensando que habían robado el cuerpo del Señor. Su desconcierto la dirige hacia la comunidad.
Ante la noticia de María Magdalena, Pedro y el discípulo amado también se ponen en movimiento, pero esta vez no para esconderse sino en dirección al sepulcro. Allí, nos narra el evangelio, que el discípulo amado, que había estado a los pies de la cruz, es el único que cree. Ante el signo del sepulcro vacío al único que se le atribuye la fe es al discípulo Juan, que es quien “ve y cree”. El amor genera la fe. Él cree porque ama. No es un creyente pasivo o superficial, sino aquel que entiende el misterio de la fe y sus consecuencias para la vida. Ya no podrá ser la vida igual para los que creen en la resurrección, a partir de ahora no buscaran lo cómodo y fácil, sino que vivirán el compromiso de ser testigos de Jesús vivo.
Reflexión: Para
abrirnos a la fe de la resurrección, hemos de hacer nuestros propios
recorridos, no podemos refugiarnos ni escondernos. Es un camino personal que
debemos hacer desde el amor. Si amas serás capaz de confiar y capaz de fiarte
de Aquel que es Resurrección y Vida.
La Resurrección de Jesús encamina a los discípulos a comprender la Palabra de Dios. Nosotros tenemos 50 días para ir profundizando en esa Palabra que el Señor de la vida va a dirigirnos.
El salmo 117 es un salmo de acción de gracias. La Iglesia se alegra ante el sepulcro vacío de Cristo. De esta vaciedad del sepulcro de Jesús, mana nuestra salvación. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”
Reflexión: Estemos alegres porque el Señor resucitado está presente en medio de nosotros. Reconozcamos y descubramos en Jesús al Mesías, el Hijo de Dios. La consecuencia de este descubrimiento y la aceptación del mismo es una nueva vida, una vida verdadera y el don de la alegría.
Siéntete “dichoso” si crees, porque Jesús alaba a todos aquellos que creen sin pruebas y te llama bienaventurado porque sin haber visto has creído. Da testimonio con tu vida de la esperanza de Jesús y de todos los dones que nos ofrece la resurrección, especialmente del don del Espíritu Santo.
Goza y vive la alegría autentica del corazón, aquella que surge de la tumba vacía. Una nueva propuesta ilusionante para tu vida nace de la resurrección del Maestro. No tengas miedo, ánimo, adelante... Eres testigo de tu encuentro con Jesús resucitado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario