martes, 26 de abril de 2022

INVITACIÓN DEL RESUCITADO

 

¿Cuántas veces hemos declinado una invitación bajo las más diversas excusas? Seguro que tienes en tu memoria alguna de ellas. Pero también tendrás otras invitaciones en las que no te ha sido posible excusar tu ausencia, especialmente aquellas en las que por la persona que te invita y por la relación que tienes con ella no sería un buen proceder, estaría fuera de lugar y no sería comprensible tu actitud.

En las lecturas de este Domingo tercero de Pascua (ciclo c) nos encontramos con una invitación para una misión concreta. La persona que te invita es el Resucitado, y lo hace desde tu pertenencia a la Iglesia. Es una invitación a ti y a mí que formamos parte de la comunidad-iglesia por el bautismo. No creo que sea buena idea poner excusas ya que tienes una relación muy estrecha  con quien te invita. Ni más ni menos es quien te salva y sana.

Bajo la imagen de “la pesca”, podrás descubrir, envuelto en lenguaje simbólico, la misión de la Iglesia. Una misión que no es sólo labor de un grupo de escogidos, especialistas o perfectos, sino de toda la comunidad de bautizados. Mediante una serie determinada de rasgos, descubrirás la misión evangelizadora y las características que ella debe tener. El texto que se nos ofrece en el evangelio, supera lo estrictamente escrito, llegando a deducir que tras el signo de una pesca milagrosa se nos presenta un discurso concreto, cuya finalidad es animar a  la “faena de la pesca” a toda la Iglesia.

La presencia de Jesús Resucitado es presentada en el evangelio (Juan 21,1-19) bajo una pesca que ilumina la promesa que Jesús había hecho a sus discípulos en el momento de la vocación “Os haré pescadores de hombres”. Es la resurrección de Jesús quien  hace posible la existencia de la comunidad y la misión que le es encomendada. Es más el éxito de la misión no es fruto exclusivo del esfuerzo humano, sino de la presencia viva del Maestro en ella.

La red que no se rompe acentúa la capacidad de la Iglesia para recibir en su seno a todos los hombres, por muy distinta que sea su mentalidad, cultura, posición social, raza… No hay excepción. Se pone de relieve la unidad de la Iglesia, compuesta por muchas comunidades y pueblos, pero todas creadas por el Resucitado. Esta universalidad de la misión sin excluir a nadie está representada con el número de peces “ciento cincuenta y tres”

Destaco también el simbolismo de Pedro en este texto. Date cuenta que aunque el Señor llama a todos los discípulos a sacar los peces a tierra («Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger») aparece Pedro, en lugar de ellos: “Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes” Podemos pensar que Pedro asume ser la cabeza de la misión de la Iglesia, que acerca hasta el Maestro todo el éxito del trabajo de todos los discípulos. Pedro toma la iniciativa para comenzar la labor evangelizadora («Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.») y él termina la faena llevando la red a la orilla

En una segunda parte del capítulo (Juan 21,15-23) encontramos la triple confesión de amor de Pedro a Jesús. Y cómo es el Maestro quien le confiere el cuidado del rebaño. Este pastoreo debe asemejarse al de Jesús que entregó su vida por las ovejas. En este encargo a Pedro se manifiesta la presencia y cuidado del Resucitado a la comunidad.

No quisiera terminar sin decir una palabra sobre el lugar donde debemos desarrollar la misión. Podríamos pensar que se nos pide “estar en la orilla”, es decir en la facilidad y en la comodidad. Pero descubrimos que la pesca es en “alta mar”, es decir en el mundo, arriesgando y apostando. Es un nuevo reto para nuestra acción apostólica.

Reflexión: La presencia del Espíritu será quien nos empuje a superar todas las dificultades en la misión. Así lo podemos observar en la primera lectura de este domingo (Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41) Es la fuerza del Resucitado y su Espíritu quien lleva a los apóstoles a vivir en la libertad, frente a la oposición de los hombres, y a la valentía frente a la persecución.

Igualmente subrayo que está latente en esta Palabra de Dios la alegría. La experimentó Pedro al saber que era Jesús quien le indicaba donde tenía que echar las redes y la sintieron los apóstoles que, tras dar testimonio, salieron del Sanedrín alegres (“contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”)

Me quedaría con estos dos aspectos en este domingo. Por un lado saber que somos invitados por el Maestro Resucitado que nos acompaña y dirige nuestra acción evangelizadora. Y, por otro lado, experimentemos la alegría interior como uno de los dones de la resurrección y de la entrega en la misión.

Y ahora sin excusas baratas, con el don del Espíritu, a “faenar”, echar las redes y vivir la misión con paz y alegría. Buena pesca

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