miércoles, 13 de septiembre de 2023

ROMPER ESTADÍSTICAS

 

Tiempo Ordinario. Domingo XXIV 

En esta sociedad nos movemos entre estadísticas y números. De todo lo que nos rodea se nos ofrecen “cantidades”, sabemos cuánto tanto por ciento ha subido la gasolina o la garrafa de aceite en relación al mes pasado, se nos ofrecen números de personas que ejercerán su derecho al voto en próximas elecciones, de las abstenciones e incluso escaños futuros de un lado y del otro. Sobre las vacaciones también recibimos números, cuántos veraneantes y dónde han veraneado, qué zona de España ha recibido más turistas y cuál menos… En el colmo de la numerología que sepas que hacemos estadística hasta en el deporte: goles, penaltis y tarjetas a favor y en contra, número de partidos ganados y perdidos… Parece que donde hay un ser humano y una actividad allí se hace presente una estadística y unas cantidades.

La Iglesia no está exenta de esta modernidad del número. Medimos las celebraciones por la asistencia de fieles y la viveza de la comunidad por la cantidad de bodas, bautizos y comuniones. De la “calidad” poco o nada pero de la “cantidad” en demasía, rayando y sobrepasando los límites normales.

En este domingo XXIV del Tiempo Ordinario (ciclo a)  el mismo Pedro, que una vez más nos representa a todos los discípulos, se olvida de la calidad, poniendo tasa, límites y número al perdón. Se mantiene dentro de una visión casuística y legalista, como los rabinos judíos que proponían cuatro como cifra máxima de veces para perdonar. Jesús romperá estos esquemas y los nuestros, sacará de esta mentalidad del número a los discípulos y nos pondrá frente al Dios que perdona sin fronteras y de forma ilimitada.

Detrás de este evangelio (Mateo 18, 21-35) podemos entrever una experiencia de ofensas personales que amenazan con enfrentar a los miembros de la comunidad y romper la armonía. Pedro, y con él todos los discípulos, somos los destinatarios de una nueva enseñanza de Jesús. Ante una pregunta sobre los límites del perdón («Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?») Jesús responde que el perdón y la misericordia deben de ser ilimitados «setenta veces siete» Y para ilustrar esta enseñanza se nos propone una parábola.

El mensaje de la parábola lo puedes extraer advirtiendo el contraste existente entre la actitud misericordiosa del rey y la extrema dureza del siervo perdonado. ¿Cómo es posible que a alguien que le han perdonado una deuda inmensa no sea capaz de perdonar una deuda insignificante? En los oídos de los que escuchamos la parábola tiene que resonar la pregunta del rey, que resume la enseñanza de la parábola: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?»

Amig@, el salmo responsorial nos invita a recitar en comunidad que: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” Dios nos ama tanto que su perdón es infinito. Sin pedírselo nosotros y sin condiciones Dios actúa con misericordia sin límites; en consecuencia, debemos perdonar a nuestros hermanos de la misma forma y manera que Dios lo ha hecho con nosotros. El perdón a los hermanos no es la condición para que Dios perdone, sino, al revés, Dios nos ha perdonado primeramente, de forma incondicional e ilimitada, y por ello nosotros debemos perdonar. El papel del rey en la parábola es el de Dios, mientras que el siervo perdonado somos nosotros.

Reflexión: Con este evangelio se nos desvela el rostro de Dios que perdona y ama. Se introduce el perdón como cimiento y base de la Iglesia, de la comunidad, para una convivencia en armonía. Es, por lo tanto, una necesidad, para la vida comunitaria, el ser hombres y mujeres que hayamos sentido la experiencia de haber sido perdonados y amados por Dios. El perdón cristiano nace de esta experiencia de misericordia del Padre.

Quien ha vivido en su propia existencia el amor de Dios, manifestado en su misericordia, no puede andar calculando fronteras para el perdón y la acogida al hermano. No podemos poner límites a nuestra misericordia, ni preguntarnos cuántas veces debemos perdonar. Las estadísticas y cantidades, en esta ocasión, están para romperlas.

Te invito, a que no te hagas daño cerrando las posibilidades de conceder el perdón. El odio es como una enfermedad secreta que corroe tu persona y que te roba energías para rehacer de nuevo tu vida. Si no perdonas al hermano su ofensa, a ti mismo te castigas, no al otro. Si te liberas de las ataduras del odio recuperarás la paz y descubrirás la ternura inmensa con que Dios te envuelve día a día.

Un camino se abre a ti, discípulo de esta generación: gusta en tu propia vida el perdón para no vivir “sin entrañas”, como el siervo de la parábola que endurecía su corazón y negaba al otro la ternura y el perdón que había obtenido del rey. Si piensas que el perdón es para débiles estas estrangulando el Evangelio.

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