A lo largo de esta semana, celebramos en la
Iglesia a dos discípulos, seguidores de Jesús, que fueron llamados y enviados a
extender el Reino.
María Magdalena (22 de julio) la discípula fiel, presente en la cruz de Jesús y
testigo de la resurrección, enviada por Jesús a anunciar esta buena noticia a
los apóstoles; así mismo es ejemplo de auténtica evangelizadora, es decir, de
quien anuncia el mensaje gozoso central
de la Pascua.
“Había allí muchas mujeres que
miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para
servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José,
y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt
27,55-56)
Las mujeres descritas, que contemplan la
muerte de Jesús, tendrán un papel importante más adelante, ya que serán
testigos de la sepultura (Mt 27,61) y de la resurrección (Mt 28,1-10) Mateo las
presenta como discípulas de Jesús utilizando dos verbos “seguir” y “servir”. Expresan
la condición de todo discípulo y la actitud que debe caracterizarlos. Ellas, no
han abandonado a Jesús, sino que han seguido fieles hasta el final.
Jesús instituyó a doce para “que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Celebrar la fiesta del Apóstol Santiago (25 de julio) es acercarnos a aquella experiencia única y privilegiada de contacto vital y diario con Jesús, acompañándolo y siendo testimonio directo de su presencia, de su actividad, de su predicación y de su resurrección.
Celebrar la
festividad de un apóstol es, por un lado, una invitación agradecer a Dios el primer
impulso misionero, que ha hecho llegar a todo el mundo
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