Estos meses son
propicios para el “encuentro”, para el intercambio de experiencias, para
compartir la amistad y para hacer del tiempo vacacional un lugar de familia.
Este “tiempo
de encuentro” es una oportunidad para ofertar nuestros valores, para
hacer que la felicidad sea una realidad.
El cristiano tiene
que poner sus dones al servicio del “otro”; aquello que nos caracteriza como
hijos de Dios y hermanos debemos ofrecerlo. Podemos aprender y crecer del
encuentro con nuestros hermanos. Sepamos escuchar y valorar a aquellos, que un
verano más, se acercan a nuestras vidas.
Igualmente, durante
este tiempo, nuestro lema podría ser: “al interior no se le puede dar vacaciones”;
más bien al contrario, en vacaciones tenemos más tiempo para cultivar nuestro
interior y para agrandar nuestras relaciones.
Nuestra calidad en el seguimiento de Cristo y en el
compromiso con el prójimo no puede decrecer en los tiempos de descanso, sino
que ha de encontrar nuevas formas de expresión.
Nuestra fe no es fruto de la rutina de las estaciones del año en que vivimos, sino que es fruto de la adhesión incondicional a Jesús; y esta adhesión no entiende de calendarios, ni de fechas, ni de horarios... Optar por lo cómodo y por lo que menos compromete es ceder a la mediocridad. Optar por Cristo no puede estar sujeto al día que nos apetece, sino al amor.
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