jueves, 15 de agosto de 2024

“SOMOS LO QUE COMEMOS”

 

 Domingo XX del Tiempo Ordinario

A estas alturas de la vida, no creo que te descubra nada nuevo si te recuerdo que beber y comer es algo de máxima importancia para tu existencia. Beber y comer es la necesidad que tiene todo organismo de ingerir y absorber alimentos de buena calidad en cantidad suficiente para asegurar su crecimiento, el mantenimiento de sus tejidos y la energía indispensable para su buen funcionamiento. Es sabido por todos, que los alimentos que ingerimos, y que forman parte de nuestra dieta diaria, tienen efectos en nuestro organismo y salud. Ellos, aportan energía, fortalecen el sistema  inmunitario, mejoran la memoria y proporcionan calidad de vida.

Hipócrates de Cos,  pronunció la frase: “sea el alimento tu medicina, y la medicina tu alimento” y el filósofo-antropólogo alemán Ludwig Feuerbach, acuñó “somos lo que comemos”. Ambos, con palabras distintas, nos dan a entender que, en la nutrición, el organismo realiza el proceso de absorber los nutrientes de los alimentos. Y por ello, más allá de alimentarnos correctamente para que nuestro metabolismo tenga menos deficiencias y se desarrollen menos enfermedades,  lo que comemos configura nuestras personas y nos ayuda a estar en armonía con nuestro cuerpo, mente y espíritu, tomando conciencia y responsabilidad de nosotros mismos cada día.

En este domingo XX del Tiempo Ordinario (Ciclo b) el evangelio (Juan 6,51-59) habla hasta siete veces de comer y beber a Jesús. Cuando comemos nos apropiamos de las características del alimento y vivimos nuestra existencia con mayor fuerza y vigor. Por ello, quien come y bebe a Jesús se nutre de Él, asimila su persona y deja que el dinamismo del amor configure su vida.

El evangelista pretende, con este discurso, salir al paso de algunas discusiones que se daban en las primitivas comunidades, en las que se consideraba la eucaristía como un mero símbolo. Frente a ellas, pone de relieve la necesidad de tomar parte en la eucaristía (carne y sangre del Señor, verdadera comida y bebida) para participar en la vida del Maestro. “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 

Dios se ha puesto al alcance del ser humano. La encarnación es simplemente esto, que Dios se ha acercado al ser humano. En Jesús, sobre todo en la eucaristía, Dios se ha puesto a nuestra disposición, al alcance de los sentidos, de las manos y de los labios.

El mismo Jesús promete a quien se alimente de este pan bajado del cielo la resurrección, la permanencia en Dios, la vida verdadera. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comer y beber a Jesús, implicará transformarnos en “cristos” para los demás y ofrecer la vida de Dios. Es decir, vivir la vida configurados con el Maestro desde la entrega generosa y de un modo servicial. No podemos vivir indiferentes. Estamos invitados a la comunión de vida y misión con el Señor.

Lógicamente, Jesús, cuya carne es verdadera comida y cuya sangre es verdadera bebida, produce escandalo para aquellos que pretender entender que el Maestro es comida y bebida física y para aquellos que no entienden a un Dios que se hace presente y que se ofrece en las realidades cotidianas que están al alcance de nuestros sentidos. Pero Dios es así. “Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.

Reflexión: Para comer lo primero que uno necesita es tener hambre y para beber lo que se necesita es tener sed. Sólo quien tiene hambre y sed puede entender este evangelio en el que encontramos a Jesús puesto a nuestra disposición como verdadera comida y bebida. No es apto para inapetentes. Él hoy nos dice: oíd, mirad, tocad, ved, gustad, tomad, comed, bebed… soy palabra, soy alimento, soy carne y sangre, soy camino, verdad y vida. A lo mejor, lo primero que deberíamos hacer, ante estos versículos, sería, escuchar, aceptar, dar crédito, contemplar, dejarnos provocar por el Maestro, por sus palabras y por su vida, por su mensaje y por su fraternidad…. Y, después de estar configurados con Él y de habernos “llenado de su Espíritu”, ser para el mundo pan entregado, partido y compartido.

Si en este verano caluroso se nos invita a comer melón, no es para que seamos melones cerrados, sino para que lo que nos aporta su consumo de agua, vitaminas A, B, C y E, ácido fólico, fibra, minerales… nos favorezca a mantener hidratado nuestro cuerpo y a tener calidad de vida. No participamos del pan vivo bajado del cielo, no comemos su carne y bebemos su sangre, para sustituir al Maestro, sino para alimentarnos de Él y ser “Jesús” para nuestros hermanos.

La apuesta está servida. Eres lo que comes, no te dejes seducir por otros alimentos que no sacian tu hambre y te dejan vacío.

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