jueves, 1 de agosto de 2024

“VIVIR DE LAS SUBVENCIONES”

 

 Domingo XVIII  del Tiempo Ordinario

Cuando los seres humanos vivimos sólo de las subvenciones y de las ayudas públicas, en muchas ocasiones, no generalizo, nos estamos conformando con las “migajas que caen de la mesa”. Posiblemente, el acomodamiento se ha instalado en nuestras vidas y no aspiramos a más. No tenemos ni ganas, ni deseo, ni ilusión, ni aspiración alguna por lo que nos llena de verdad y que no suele caer, por arte de magia, por el hueco de la chimenea. Por ello, no nos arriesgarnos en buscar el verdadero sustento, que está encima de la mesa y que nos exige, como poco, el ponernos en pie y estirar la mano para alcanzar todo tipo de viandas. Preferimos continuar en un inmovilismo falaz de “aquí me las den todas”, a trabajar por buscar la plenitud de vida.

El que vive exclusivamente de las subvenciones y no mueve un dedo, sino sólo para “poner el cazo”, no es un tipo libre. Vive a expensas del otro. Cuando vivimos en la mediocridad de estar subvencionados, incluso en lo espiritual, la salida fácil es la queja, la murmuración, la exigencia de lo que el otro debe hacer y la justificación de todo lo que hace y dice.

En este domingo XVIII del Tiempo Ordinario (Ciclo b) las lecturas nos presentan al pueblo de Dios viviendo de las subvenciones. Hombres y mujeres deseosos de continuar instalados en una situación que les asegura el sustento, sin esfuerzo propio,  gracias a la acción de un líder. Pero ese sustento no colma las aspiraciones del ser humano, vivir subvencionado es vivir equivocado. Sólo se tiene derecho al pataleo infantil porque se ha optado por la esclavitud. Jesús va a salir al paso de estos errores pidiendo fe en Él, altura de miras y aspiración más alta que el mero sustento material. Y claro, para ello, se necesita la colaboración del ser humano que debe trabajar para conseguir el alimento que perdura

Me seduce, y no sé la razón, la frialdad del encuentro con la que comienza el texto del evangelio (Juan 6,25-35) Debe ser la claridad de Jesús, que no se siente halagado ni mucho menos entusiasmado porque le busca toda una multitud. Yo hablaría de decepción por parte del Maestro que detecta una búsqueda interesada y egoísta que nunca puede entusiasmar a la persona que es buscada, porque, en el fondo, se busca así misma y a sus intereses, no a Él. Y ahí el reproche que se manifiesta en las palabras de saludo «Vosotros no me buscáis porque hayáis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta hartaros»

La opción del Señor es mucho más interesante que buscar el alimento material. E invita a aspirar a la “comida que permanece y da Vida eterna”. Y este alimento es Jesús; el cual exige FE y aceptación de su persona para que pueda surgir el encuentro entre el hombre y Dios «La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado»

En este texto del evangelio, Jesús se auto-presenta como “pan bajado del cielo que da vida al mundo” «Yo soy el pan que da vida» el alimento que es capaz de dar respuesta a todas las necesidades y esperanzas del hombre «El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed»

La muchedumbre, entonces pide pruebas justificativas de dicha pretensión, exige una señal parecida a la del maná en el desierto. Pero el Maestro invita a adherirse a Él, que es mayor que el maná, y que se distingue de él porque da vida definitiva. Jesús satisface toda necesidad de las personas, pero deben comprometerse con Él. «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». 

El protagonista que ofrece el alimento es Dios Padre, que envía el Pan que sacia nuestra hambre. El mismo protagonista que en el desierto envía el maná y las codornices para saciar las hambres y murmuraciones del pueblo, primera lectura (Éxodo 16,2-4.12-15)  Al ser humano se le pide que responda a la acción de Dios, “creyendo en el enviado” y contemplando a Dios que camina con junto a él. «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». 

Reflexión: Amig@, una nueva propuesta surge de la Palabra de Dios. Puedes vivir inmerso en la subvención divina, exigiendo obras que demuestren el por qué debes adherirte desde la fe a Jesús, o puedes ser libre y creer en el Señor. Creer en Dios y en su enviado y trabajar por el alimento que da vida, se ha convertido hoy para nuestras comunidades, donde vivimos la fe en Jesús, en algo necesario e imprescindible. Dar sentido a nuestra fe desde otras coordenadas que no sean las del evangelio de este domingo, nos va a dejar “vacíos”, porque buscaremos diosecillos que ahorren esfuerzos y realicen milagritos para resolver nuestras hambres y necesidades. Buscar a Jesús como el milagrero de nuestra necesidad, sin esfuerzo, es vivir en la esclavitud de la subvención.

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