miércoles, 10 de marzo de 2021

DIOS-QUE-SALVA

 

Si nos pidieran a los cristianos, sacerdotes, religiosos y seglares, que resumiéramos nuestra fe en una breve frase, (no a modo de audios de WhatsApp que son monólogos interminables y auténticas chapas), sin irnos por las ramas sino definiendo lo central, sin grandes tratados teológicos, con términos técnicos ininteligibles,  sino desde la mayor sencillez, sin moralinas baratas sino desde la experiencia de las primeras comunidades cristianas…, creo yo que podríamos decir palabras similares a las del Papa Francisco en su mensaje de cuaresma 2021: “Dios nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello”

Y, como yo soy de esos que creen que las “palabras se las lleva el viento” si no van acompañadas de obras y acciones, pienso, que la prueba mayor de amor que existe, (aparte de dar la vida por los enemigos) es, por parte de Dios, la entrega del propio Hijo, el cual se hace “camino, exigente pero abierto a todos, que lleva a la plenitud de la Vida”

Este Dios, que tiene fijación en “amar-nos”, ya aparece como tal en la primera lectura (2Cronicas 36,14-16. 19-23) de este cuarto domingo de cuaresma (ciclo b) Es el Dios que salva y rescata al pueblo exiliado porque de un Dios Amor nunca la última palabra es el castigo y el sufrimiento.

El evangelio, que se proclama (Juan 3,14-21) nos describe el acontecimiento salvífico, síntesis de la vida cristiana y resumen de la teología del evangelista Juan. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”

La salvación parte de la iniciativa del amor de Dios al ser humano y se realiza por medio de Jesucristo, el Hijo. El hombre adquiere esta salvación y participa en ella mediante la fe o la rechaza mediante la incredulidad en el Enviado.

Lógicamente la venida de Jesús, y su aceptación o rechazo provoca un juicio, que se realiza aquí y ahora,  por la actitud del hombre ante Jesús/Luz. Dios hace una oferta al ser humano, la oferta de la Vida eterna, oferta que sigue abierta y que es aceptada por la fe y la confianza. El rechazo de la Luz equivale a la auto-exclusión de la Vida. Ese es el juicio. No hay un dedo acusador, ni un Dios que te condena… Él envió la Luz al mundo, optar por las tiniebla, detestar la luz y no acercarse a ella… no es cosa de Dios, ya que Él envió a su Hijo para que el mundo se salve y no para que se condene.

Para el cristiano la Vida Eterna es el objetivo a la que se accede por la fe en Jesús y las obras de luz. Por ello el evangelio hace una comparación entre la serpiente elevada por Moisés en el desierto (Números 21,4-6) y la elevación del Hijo del Hombre. Así se convierte el Señor en el vencedor de la muerte y en el dador de vida eterna para todos los que creen el Él.

Reflexión: El mensaje de un Dios que por amor y por medio de su Hijo sana y libera, no sólo lo debemos de oír, sino hacerlo presente y acogerlo en nuestro corazón. “Es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama”. Este es el camino que nos propone el Señor en esta cuaresma que se contrapone con otros caminos y ofertas que nos ofrece la sociedad.

Creer es vivir abiertos a Dios, es tener plena confianza en Él, es abandonarse en Él. Dios sale a nuestro encuentro, en medio de las oscuridades de nuestra vida, del mal, de la desilusión, del fracaso. Dios se convierte en solución al “desgaste humano” producido por el sinsentido de la vida o por el mal en sus múltiples y diversas manifestaciones (enfermedad, rivalidad, enfrentamiento, muerte…)

Te invito, en este domingo, a releer tu historia y sus acontecimientos, tus caídas y levantamientos, tus desiertos y fidelidades, tus corrupciones e idolatrías así como tu amor a Dios y la realización de obras de luz. Descubrirás con esperanza que Dios no ha permanecido impasible, aunque tú, en ciertos momentos, le hayas dado la espalda, porque Él es el Dios que salva.

Empeñarnos en un Dios cruel, castigador, rencoroso, vengativo, justiciero, que se esconde tras las esquinas y que apunta nuestras faltas en una libreta… no es entender de qué va esto. Él tiene siempre un plan de rescate, el último de sus planes y el más grande: la entrega de su HIJO. Ahora vas y lo cascas.

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