Domingo XVII Tiempo Ordinario
La oración es para el cristiano lo que el aceite para el motor del coche. En nuestro vehículo notamos el nivel de aceite bajo, no sólo porque se enciente un chivato o testigo en el salpicadero, sino también por sus síntomas: un alto nivel de dificultad para arrancar el coche, sonidos de motor más fuertes o ruidosos de lo normal, una pérdida de potencia, un aumento en el consumo de combustible, un humo persistente... Si en estos casos no comprendes la necesidad de poner aceite al coche, entonces el motor se te gripará por la fricción excesiva entre piezas debido a la falta de lubricación y no te quedará otra que inmovilizar el vehículo.
Como en la vida espiritual, cuanto más ruidoso somos y menos potencia poseemos, más necesidad tenemos de la oración. Puede que, en el salpicadero, instalado en tu interior, aparezca, en alguna ocasión, el chivato o el testigo de color rojo que te informa de un nivel escaso de “estar a solas con aquel que sabes que te ama”. Y, la consecuencia será la misma que un motor gripado: la inmovilización en tu seguimiento de Jesús.
La lectura evangélica
de este domingo 17 del tiempo Ordinario (ciclo c) es una
catequesis sobre la oración cristiana. Tanto el discípulo como la comunidad
necesitan orar. El evangelista recoge, en este pasaje, el talante, el estilo,
la forma y el espíritu que debe impregnar la oración del cristiano.
Puede que los discípulos quedaran alucinados porque Jesús enseña, no una oración para repetir de memoria, ni una oración exclusiva para el templo (para un judío lugar de la presencia de Dios por excelencia) sino una oración de confianza que resume las convicciones y deseos que deben estar presentes en nuestra relación con Dios.
Jesús oraba con frecuencia. De hecho, la escena que nos presenta el evangelio de este domingo, (Lucas11, 1-13) es una de estas ocasiones. “Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar…” Los discípulos, que no han participado en la oración de Jesús, sienten la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a los discípulos del Bautista: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Es, entonces, cuando Jesús les ofrece una oración nada ritualizada, llena de confianza y de compromiso: «Cuando oréis decid: Padre…»
La oración del Padrenuestro que Jesús recita a sus discípulos, introduce un cambio profundo en las relaciones de los seres humanos con Dios. Ya no nos dirigimos a un Dios lejano al que hay que orar para aplacar su venganza, sino a un Dios Amor al que nos acercamos con confianza. El temor es sustituido por el amor, hasta el punto que orar, como Jesús enseñó, es más que una oración ritual, ya que es expresión de un estilo de vida identificada con el proyecto de Dios y enamorada de ese proyecto.
Esta confianza, que nos ofrece la oración propuesta por Jesús, se manifiesta en los versículos siguientes, donde se contiene una parábola en la que Dios es comparado a un “amigo” al que hay que acudir con insistencia y al que hay que pedir, buscar y llamar con la seguridad de que “se recibe lo que se pide”, “se encuentra lo que se busca” y “se abren las puertas cuando se llama”
A continuación, Jesús pone una serie de ejemplos, extraídos de la vida cotidiana, para remarcar que la bondad y el amor de Dios es el fundamento de la oración. Finaliza el texto con una frase lapidaria: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!». Para Lucas, el don por excelencia es el Espíritu Santo
Reflexión: Hemos recitado tantas veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan mecánica y superficial, que hemos terminado por no darnos cuenta de la hondura y la novedad de esta oración. Quizás, necesitamos aprender de nuevo el Padrenuestro y volverlo a llenar de contenido para que esas palabras, que pronunciamos en tantos momentos y tan rutinariamente, renazcan con vida nueva en nosotros, crezcan y den sentido a nuestra vida de discípulos.
Te
invito, desde este relato, a una relación nueva con lo divino, con el Absoluto,
que esté presidida por la necesidad de la oración; de tal forma que sea la
práctica central y la característica especial de tu religiosidad. Orar es
reconocer humildemente nuestras limitaciones y nuestras fragilidades, pero orar
también es el anhelo de quererlas superar con la fuerza del Espíritu.
Amig@, contempla la oración como necesidad. Siente que Dios no es un dios mágico y caprichoso, alejado de tu vida, sino un Padre/Madre que se manifiesta como amor, salvador y liberador. Hoy por hoy, ante tantos aceites fraudulentos para el motor de tu vida, que hacen más daño que bien, la oración es el genuino. La marca es “Bondad-Repsol”
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