“Hola, mi nombre es ninguno. No tengo rostro.
No tengo vida y hasta yo dudo de mi propia existencia. Tampoco tengo familia,
ni amigos y solo siento el aliento de la soledad y el silencio.
Yo soy la cara de él o de ella, soy la nada
con recuerdos y una historia por mochila. Una vez fui tú. Fui una persona de
las que llamáis “normal”, con familia, hogar, amigos y las mismas necesidades
banales de las que hoy tan orgulloso se jacta esta sociedad. Hoy, esta persona
sin rostro ni nombre habla por todas aquellas que cargan el mismo peso. Por
cada anciano, anciana, hombre, mujer, niño o niña que atraviesa por este
sinuoso y angosto camino… posiblemente tú nos conozcas mejor como excluidos
sociales… vaya palabra ¿eh?... empero, ¿Qué significa en realidad? ¿Qué no
contamos?, ¿Qué restamos?, ¿Qué no valemos?... ¿Qué somos para ti?...
Nosotras, las personas sin hogar no juzgamos
a la totalidad de la sociedad, pero mentiría si no dijese que sí sentimos
vergüenza. Sentimos una humilde y pacífica vergüenza de esta sociedad que
siempre imperó “tanto tienes, tanto vales”.
¡Que irónico!… Resulta que, tenemos ganas de
vivir, ganas de progresar. Luchamos cada día por conseguir una buena acción,
algo que aporte y no reste.
Peculiarmente la vida tiene su forma de
corregir y nos ha enseñado al mundo entero que no debemos ir por el mismo
camino por el que íbamos… no olvides nunca que yo, fui tú… A principios de este
año un insignificante virus puso en jaque a todo el planeta…. Y surgió el
milagro, lo mejor de nosotros y nosotras salió como raza. Ya no había tanta
diferencia, ya todos éramos uno y las alianzas volvieron a nacer, volvieron a
resurgir. Gran parte del mundo fue consciente de lo que era la soledad y el
silencio. Voluntarios y voluntarias, autoridades, profesionales, desconocidos y
desconocidas dieron lo mejor de sí mismo para minimizar los daños de esa
enfermedad que se llevó a la generación que nos dio la vida. Nuestros padres,
madres, abuelos y abuelas… una generación que supo de la miseria y la agónica
tristeza. Aprendamos de nuestros fallos y cuidemos como el gran tesoro que son,
nuestros mayores, se lo debemos, nos lo debemos.
Por todo ello, pedimos a las autoridades la
puesta en marcha de programas efectivos para que se nos rebautice de nuevo,
para dejar de ser una nada y formar parte de un todo. Un todo que luche aunando
esfuerzos y en la misma dirección. No más silencios, no más dolor, no más
vacíos… la sociedad ahora comienza a intuir que bogamos los mismos mares y debe
de entender que si remamos todos y todas, menos será el esfuerzo. Necesitamos
proyectos reales de inclusión social, tratamientos médicos para los
drogodependientes que abarque mayor espectro social. Programas efectivos de
visita, ayuda y escucha de nuestros mayores. Necesitamos que nuestros jóvenes
conozcan nuestra historia para evitar que se reproduzca de nuevo. Queremos que
la sociedad entera se haga eco de nuestra muda voz y que piensen en que hoy
somos nosotros y nosotras, pero… ¿y mañana?... hacemos un llamamiento a los
gobiernos que nos rigen para que no haya más gente sin nombre ni cara, sin vida
ni futuro.
Nosotros y nosotras, que somos vosotros y vosotras, lanzamos un grito sordo de ayuda para que contéis con cada uno de estos hombres y mujeres que están preparados parar coger el testigo y devolver a esa parte de la sociedad la ayuda recibida. Pero nada cambiará hasta que no entiendas que una vez, fui como tú.”
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