En la sociedad en la que vivimos, ocurre algo que nos debe hacer pensar y, a la vez, analizar si nuestro comportamiento tiene un estilo y una marca de humano. Cuanto más medios de comunicación tenemos, más incomunicados y solitarios vivimos. En ciertas ocasiones, más aún en la ciudad, observo como el saludo no forma parte de nuestro vivir cotidiano. Nos encontramos con frecuencia en la escalera o en la calle con personas a las que nunca saludamos, ni somos saludados, parecemos seres invisibles para el otro y el otro para nosotros. Imagino que es porque vivimos demasiados aislados en nosotros mismos, instalados en nuestros problemas y en nuestra individualidad.
Sin embargo, el saludo es “apertura” para la comunicación entre personas que se encuentran, ayuda a la unión y a la relación entre ambas. La sencillez de corazón y el deseo de compartir nos lanzan al encuentro y al saludo, no como simple comportamiento cívico, sino como posibilidad de abrir nuevas relaciones entre nosotros y con Dios.
Las lecturas de este domingo 4º de Adviento (ciclo c)… nos ofrecen el encuentro y saludo de María e Isabel. Diálogo, alegría compartida, reconocimiento de la persona, solidaridad, presencia del Espíritu de Dios… son algunos de los aspectos que podemos meditar en este domingo último de preparación antes de la celebración del nacimiento del Salvador.
En el evangelio (Lucas 1,39-45) nos encontramos con la persona de María que ha aceptado la Palabra de Dios con fe y confianza profunda, como lo atestigua el saludo inicial de Isabel: “Bienaventurada la que ha creído”. Esa fe de María es demostrada a través de la caridad, por ello “se levantó y se puso en camino” para atender las necesidades de su prima que, entrada en edad, estaba embarazada. María aparece como la creyente cuya fe contrasta con la desconfianza de Zacarías (Lucas 1,43)
Este encuentro de las
dos madres, es en realidad el encuentro de los dos hijos: “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría
en mi vientre”. Juan, por boca de su madre, inaugura su misión anunciando
que el hijo de María es el Señor: “¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
La respuesta de María
al saludo de Isabel es un salmo de acción de gracias que conocemos con el
nombre de “Magníficat” y que está compuesto por citas y alusiones al Antiguo
Testamento, en especial de Ana, madre de Samuel (1ª Samuel 2,1-10)
Quiero resaltaros la nueva alusión de Lucas al Espíritu Santo “se llenó Isabel del Espíritu Santo”. De nuevo el Espíritu de Dios se hace presente y enmarca el encuentro. Es quien da voz a Isabel para poder exclamar y saludar a María como «¡Bendita entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! »
En la primera lectura (Miqueas 5,1-4) el profeta anuncia que el Señor va a suscitar un nuevo rey mesiánico, subrayando sus orígenes humildes: Belén Efratá, la más pequeña de los clanes de Judá. Igualmente podemos destacar en esta lectura el carácter pacificador del Mesías («Él mismo será la paz») y su actividad de pastor («pastoreará con la fuerza del Señor»)
Reflexión: Jesús es el “rostro de Dios”, es Dios hecho hombre. Con Jesús Dios se hace cercano tiene un rostro, dirá Benedicto XVI: “es el Rostro de la misericordia, el Rostro del perdón y del amor, El Rostro del encuentro con nosotros”
Estamos llamados a reconocer en Jesús el Rostro de Dios, que sale a nuestro encuentro y nos saluda. Al igual que María, que es la perfecta obediencia en la fe, tú y yo estamos invitados, en este domingo cuarto de adviento, a dejarnos atraer por esta cercanía de Dios que es capaz de trasformar nuestros corazones y de renovar el mundo, para que en vez de que impere la civilización del aislamiento se extienda la verdadera civilización del encuentro, del amor.
Si Jesús sale al encuentro del ser humano mostrándonos un Dios presente que camina con nosotros, si María, después de ser elegida entre las mujeres como Madre del Salvador, se levanta y se pone en camino para ayudar a su prima Isabel… nosotros, cristianos, debemos de salir también al encuentro del ser humano, levantarnos de nuestras comodidades y provocar el saludo entre Dios y el hombre.
Quedarnos instalados en el “yo” sin mirar a nuestro alrededor, sin ser anunciadores de la buena noticia que poseemos de “Dios con nosotros”, sin buscar la apertura al otro… es no hacer vida el salmo responsorial de este domingo, donde se nos invita al cambio y restauración interior para que brille el rostro del Señor, rostro que sana y salva. La mirada que Dios ha puesto en ti y en mí nos ofrece la oportunidad, desde lo sencillo y lo humilde, de hacer presente su acción salvadora en la historia humana.
No dejemos pasar la oportunidad de imitar el estilo de María bajo falsos pretextos, salgamos al encuentro y provoquemos el saludo para que el hombre se acerque y se abra al auténtico rostro de Dios.
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