El tercer domingo de Adviento es llamado “domingo Gaudete”, o “Domingo de la alegría”, debido a la primera palabra del introito de la Misa: “Gaudete”, es decir, regocíjate, alégrate. El introito, actualmente más conocido como antífona de entrada, toma su texto de algún concepto principal y característico del día que se está celebrando, en esta ocasión la antífona de entrada, extraída de Filipenses 4,4-5, nos vislumbra lo que la Iglesia nos invita a vivir. “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca”
Por lo tanto las lecturas de este domingo 3º de Adviento (ciclo c)… nos ofrecerán las razones de nuestra alegría. Para nosotros, los cristianos, la “alegría” es causada por la cercanía de la venida de Jesús a nuestras vidas. Júbilo por el cumplimiento de la promesa de Dios. Regocijo porque el Señor viene a sanar y salvar los corazones oprimidos… que es la idea principal que celebraremos en los dias de Navidad.
En la primera lectura (Sofonías 3,14-18a) el profeta anuncia al “Resto de Israel” (el pueblo pobre y humilde que ha sido fiel a Dios) que el Señor cumplirá su promesa de salvación. Por ello, invita a cambiar los gritos de llanto en gritos de fiesta: “Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel; regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén” Dios está en medio del pueblo y ésta es la razón por la que no deben “temer” mal alguno, ni desfallecer, sino vivir y exultar de gozo y alegría.
“El Resto de Israel” como pueblo humilde y fiel, en contraste con la arrogancia y el engreimiento de los causantes de la maldad, tiene que buscar en Dios su refugio, porque Él está en medio de ellos como defensor “valiente y salvador”. El salmo responsorial (Isaías 12, 2-3. 4.5-6) expresará esta misma idea y dando gracias a Dios por salvación del pueblo.
El evangelio (Lucas
3,10-18) es continuación del proclamado el domingo pasado. La conversión,
que se nos planteaba hace una semana, implica para Juan Bautista un cambio de
vida mediante la realización de obras de fraternidad y justicia. Las
recomendaciones concretas dirigidas a los publicanos y a los soldados tienen
muy en cuenta las tentaciones propias de su forma de vida.
Juan Bautista predica, como frutos de conversión: el compartir, el desprendimiento económico, la generosidad, la justicia, la ausencia de extorsión o el no-abuso del poder… Solo desde la alegría perenne de tener a Dios como habitante de tu corazón y no como mero inquilino, se podrá dar frutos de buenas obras que den testimonio.
Pero por encima de estas recetas moralistas, Juan se siente pequeño (esclavo) en relación al Mesías a quien le reconoce como Aquel que viene y es más fuerte que él “a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Igualmente, se destaca el tema central de la predicación del Bautista, que no es otro que el anuncio al pueblo de la Buena Noticia (Lucas 3,18).
Reflexión: Si dedicas un tiempo a leer pausadamente las lecturas de este día, comprobarás que el denominador común, que hace de engranaje, en este domingo de adviento es la ALEGRIA. Igualmente, te darás cuenta que se te ofrece la razón y la causa de esta alegría: La presencia de Dios en tu vida (“El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti”… “El Señor está cerca”… “El Santo de Israel es grande en medio de ti”) Y si afinas más aún, las lecturas te ofrecen una fotografía de ese Dios que está y vive en ti, y al que se le define como valiente, salvador, custodio del corazón, fuerza, poder, protección, amor, rey…
Esta es la alegría del cristiano y en ella debemos cimentar nuestra esperanza de adviento y nuestra vida de fe. La alegría que se propone en este domingo no es efímera o caduca, no está exenta de dificultades, no te hace insensible ante el sufrimiento propio o ajeno, no evita que llores ante el dolor, no te preserva de una vida sin sufrimiento… pero SI te hace vivir con un estilo nuevo, con una confianza plena y con una cercanía al corazón de Dios y de los hermanos.
La propuesta evangélica no puede ser más aclaratoria. Nuestras obras deben anunciar al mundo la cercanía de un Dios que se instala de forma perenne en el corazón. Quien posee al Dios cercano y vive alegre en el Señor debe emplear su vida en actuar con misericordia, solidaridad y justicia. Sólo así podrá “convertir y convertirse, allanar y allanarse”, buscando no sólo obtener la alegría propia sino también la del hermano, para que él llegue a contemplar la grandeza de la alegría que no tiene fin.
Si la razón de nuestra alegría es la presencia del Señor en el corazón del ser humano, la alegría completa procede de Dios. Desde un corazón alegre, por ser amado, es desde donde comienza la acción de gracias y el anuncio de la buena noticia. “Contad a los pueblos sus hazañas, proclamad, anunciad...”
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