3º Domingo Tiempo Ordinario
Si quieres llamar la atención de la mejor
manera posible, te invitaría a que tuvieras un “slogan”, es decir una frase corta, fácil de memorizar y con
palabras sencillas para que de manera rápida puedan identificarte. Es una frase
de impacto que logre ser grabada rápidamente y con la que se te reconoce porque
el mensaje-slogan fácilmente se te atribuye.
Slogan existen en muchos órdenes de la vida; son significativos aquellos que se utilizan en los anuncios de medios de comunicación social a la hora de querer vender y hacer atractivo un producto o una marca concreta. Igualmente aquellos que están asociados rápidamente, a un partido político en campaña electoral o a un político concreto…
Para mí, en el aspecto espiritual, lo más importante de tu slogan es que se corresponda, con honestidad, con tu vida y que realmente cubra las expectativas de tu persona, sino será una frase más o menos bonita pero ficticia e irreal… un pufo.
En los textos que se proclaman en la celebración de la Eucaristía de este 3º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo a) puedes encontrar varios “slogan”, fáciles de identificar con diferentes personas como Pablo o Jesús.
El evangelio (Mateo 4,12-23) nos sitúa a Jesús después de haberse enterado de que Juan Bautista había sido encarcelado. El Maestro, en vez de esconderse y esperar tiempos mejores, se lanza a su misión. No se encierra sino que se abre, no se retira sino que busca el lugar adecuado, no guarda silencio sino que toma la iniciativa… Acude a Galilea, deja Nazaret y su familia y se establece, sorprendentemente en Cafarnaúm y no en el corazón del judaísmo, Jerusalén.
Tras haber dado testimonio el Bautista de que Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que es el Hijo de Dios, como veíamos el domingo pasado, el Señor se presenta en sociedad con un slogan que va a resumir toda la Buena Noticia del Evangelio: «Convertíos, está cerca el reino de los cielos»
A partir de este momento la cercanía de este Reino va a ser el tema básico de su predicación. Todas sus palabras, gestos y signos van a ser la señal evidente de que Dios está presente en el mundo y comienza a reinar. Por eso, su enseñanza y sus milagros provocarán la admiración de muchos, no de todos, y nacerá la sensación de que algo nuevo está ocurriendo. El acontecimiento, ya anunciado en el Antiguo Testamento, del Reino de Dios o Reino de los cielos, se hace presente con la llegada de Jesús de Nazaret.
Pero amig@s, el slogan de Jesús no es únicamente que el Reino de Dios está cerca y que se inaugura una situación completamente nueva de paz, justicia y abundancia para el pueblo de Israel. Exige conversión como condición imprescindible para acoger ese Reino. Conversión como giro radical en la orientación de la propia vida. Conversión para reconocer el mesianismo de Jesús, el Hijo de Dios, y que se concreta con el seguimiento.
Reflexión: ¡Ay madre! No nos gusta hablar de conversión. Nos suena a triste, penoso, penitencia, ascetismo… tal es así que lo reservamos para el tiempo de cuaresma. Sin embargo, conversión, en los labios de Jesús, es una llamada alentadora y alegre a cambiar nuestro corazón y aprender a vivir de una manera nueva porque Dios está vivo en nosotros y quiere poner nueva VIDA en nuestra vida.
Convertirse es, ante todo, encontrarse con ese Dios que nos ama, que quiere nuestra felicidad y que nos ofrece siempre nuevas posibilidades. Por ello, ese encuentro nos debe transformar interiormente para volver a Él con la mente y, sobre todo, con el corazón. Visto desde esta perspectiva, convertirse es un movimiento interior de gozo y diario.
Si tienes la mínima duda o la tentación de pensar que ya es tarde para dar un giro copernicano a tu vida, me gustaría que contemplaras que, para Dios, “nunca es tarde” y que todos los días son momentos propicios para cambiar nuestro corazón, amar, ser feliz y dejarse renovar por el Espíritu Santo. En la primera lectura (Isaías 8,23b-9,3) puedes encontrar el grito de esperanza que supone la presencia del Mesías en ti. Él, que es luz brillante, hace desvanecer la “tiniebla” y las “sombras de muerte”. Él, que es gozo, destruye la vara, el yugo o el bastón que te oprimen. El evangelio no entiende de tiempos ni de espacios físicos o espirituales sino que alumbra a todos, habites donde habites, aunque sea en “tierra y sombras de muerte”
En fin, la marca Jesús de Nazaret tiene su slogan… ahora nos toca reconocerlo, memorizarlo en el corazón, identificarnos, grabarlo y con honestidad hacerlo vida, imitando al Maestro y desde el seguimiento real… ¡Casi ná!
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