martes, 24 de enero de 2023

YO PARA SER FELIZ QUIERO UN CAMIÓN

 

4º Domingo Tiempo Ordinario

Para ser feliz hay miles de propuestas. Nadie sabe a ciencia cierta dar una respuesta convincente sobre qué es la felicidad, cómo alcanzarla, qué caminos transitar para obtenerla... No es fácil acertar a ser feliz y no se logra la felicidad de cualquier manera. Tampoco la felicidad se puede comprar a pesar que cada vez aumentan más las ofertas y los caminos para ser feliz. Ahí tienes a Loquillo cantando que él para ser feliz quiere un camión, llevar pecho tatuado, mascar tabaco y algunas lindezas más...

Pienso que cada uno pone, libremente, un objetivo a su vida y todas las acciones que realiza van encaminadas a conseguir ese objetivo. Habrá quien tenga como objetivo de felicidad la belleza de su cuerpo, la suma inteligencia, el poder económico, el ascender en su puesto de trabajo, la fama, el prestigio a cualquier precio… y en ese proyecto gasta sus fuerzas revindicando la felicidad.

En este 4º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo a) a todos los creyentes y discípulos de Jesús, recalco “a todos” y “para todos”, se nos proclaman las bienaventuranzas como camino que conduce a la felicidad verdadera. Habrá que preguntarse, por lo tanto, si tu objetivo primordial de vida es la pertenencia al Reino, porque si no lo fuera las bienaventuranzas son una losa más que una liberación.

Interpreto que el evangelio (Mateo 5,1-12a) las bienaventuranzas, también conocido como el sermón del monte, es una síntesis de la vida cristiana y es la primera enseñanza del Maestro Jesús, después de llamar a sus discípulos. Desde un monte, lugar tradicional de la manifestación de Dios, y sentado, en actitud de maestro que enseña, presenta su programa de vida, señalándonos las pistas que conducen a la felicidad. Seremos dichosos si vivimos este estilo: esa es la propuesta de Jesús. Las bienaventuranzas  orientan a las comunidades de fe del siglo XXI para una conversión y cambio de vida, como bien decíamos el domingo pasado, ante el gran acontecimiento de la llegada del Reino.

Jesús no sólo proclamó las bienaventuranzas, sino que las vivió. Por eso, la proclamación de las bienaventuranzas va precedida de un sumario de su actividad: “Recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” Sí, amig@, rodeaban a Jesús enfermos de toda clase, personas aquejadas de diversos males y Él los curaba, los sanaba. Con esto te quiero decir que no mires a Jesús como un charlatán de palabras huecas, sino como alguien que hizo vida lo que sus labios pronunciaban. Por su coherencia en el actuar fue injuriado, perseguido y condenado a muerte. Por ello no te extrañe que por ser “pobre de espíritu” y por “estar hambriento de justicia” seas tú también perseguido-dichoso.

Quisiera no dejar pasar la oportunidad de aclarar que, en ningún momento, Jesús proclama que los pobres, los que sufre, los que tiene hambre… son dichosos por el hecho de ser pobres, ni menos aún señala la pobreza como un ideal de vida. Esto es una burla obscena contra los pobres y contra el mismo Jesús, que si bien se entregó a pobres y enfermos lo hizo precisamente para darles de comer, curar sus enfermedades, sanar sus dolencias e integrarlos a la sociedad devolviéndoles la dignidad perdida. La dicha y el gozo de los pobres es precisamente que ha llegado para ellos el Reino de Dios, que Dios les ama, los libera y que su suerte va a cambiar.

Reflexión: ¡Qué contradicción! Las bienaventuranzas declaran dichosas a personas consideradas, de ordinario, malditas y desgraciadas. Considero que la primera bienaventuranza («Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos») resume, de algún modo, todas las demás. En ella llama dichosos a los pobres de espíritu, es decir a los que han puesto su confianza en el Señor, a los que tienen la actitud religiosa de desprendimiento y confianza en Dios; y al mismo tiempo invita a adoptar esa actitud a todos los que quieran (queramos) tener parte en el Reino.

Pero no pensemos que la pobreza de espíritu es un desprendimiento espiritual, genérico y abstracto, sino una actitud concreta, cuyo contenido es la opción por los pobres. Lo mismo podemos decir de los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los constructores de la paz… pensar que las bienaventuranzas no tienen implicación en la sociedad es querer espiritualizarlas hasta el punto de dejarlas desnudas y sin implicación en situaciones y acciones concretas.

El evangelio de este domingo describe las actitudes del hombre justo, de aquel que quiere cumplir la voluntad del Padre; pero observa a tu alrededor, echa un vistazo a tu entorno y vive cada una de las bienaventuranzas haciéndolas vida. Llena de mansedumbre, consuelo, misericordia, limpieza y paz tu “mini-mundo” y alégrate porque tu recompensa es la pertenencia al Reino.

Mira a ver si te conformas y eres realmente feliz con el camión de Loquillo, o necesitas más, bastante más.

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