5º Domingo Tiempo Ordinario
¿Qué sería de un huevo frito sin sal o de un día sin la luz del sol? Es difícil imaginar el sabor de un jamón, especialmente de pata negra, que no haya pasado por el proceso de salazón. Y difícil imaginar lo que dejaríamos de realizar en un día completo viviendo en la más absoluta oscuridad.
Por ello no te extrañará que, en este 5º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo a) las lecturas, que son proclamadas, hagan uso de las imágenes de la “luz” y de la “sal” para animarnos ante los miedos y la dejadez en nuestro testimonio, para que todos los hombre y mujeres reconozcan y den gloria al Padre. Dos comparaciones simples y sencillas, nos ofrece el Maestro, para decirnos que quien vive según el estilo de las bienaventuranzas (evangelio del domingo pasado) es la sal de la tierra y la luz del mundo.
El evangelio (Mateo 5,13-16) es uno de los pasajes del Nuevo Testamento donde la dimensión misionera de la fe aparece con gran claridad y nitidez. Creer es saberse enviado y la misión es signo y condición de la fe. Consustancial a la fe es la misión como consustancial con la sal es salar y a la luz alumbrar. Por lo tanto la misión pertenece a la identidad del cristiano-discípulo y comunidad. O somos misioneros y nuestras comunidades de fe son misioneras y evangelizadoras o no somos nada.
Observa, igualmente, en el texto evangélico, que la misión es universal: «Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo». Estamos llamados a ser signos de Dios y de su Reino ante todos (tierra/mundo), sin poner límites ni esconder la Buena Noticia. Con otras palabras debemos manifestar lo que somos, ofrecer lo que tenemos, ser profetas con las obras, evangelizar… sino queremos caer en la pura inutilidad como una sal insípida o una luz oculta. (Si la sal se vuelve sosa… No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín)
La invitación de Jesús en este evangelio es ser hombres y mujeres que pongamos sal y luz en la vida. La gente sencilla que escuchaba a Jesús captó todo el simbolismo de la sal y la luz y creo que entendieron que el evangelio puede poner en la vida de todo ser humano un sabor especial y una luz de brillo singular.
En la primera lectura (Isaías 58,7-10) el Señor, por boca del profeta, nos indica las obras de sal y luz que estamos llamados a realizar, muy en la línea de Mateo 25: «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos» Cuando se cumplan estas condiciones y «alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia» el Señor se hará presente y acompañará el camino de su pueblo, se convertirá en luz en medio de la noche, lo guiará y lo alimentará.
Reflexión: Estamos llamados, como discípulos, a aportar al mundo la novedad del evangelio. Ser luz consiste, ante todo, practicar buenas obras para que todos los hombres den gloria a Dios. «Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» Los discípulos que viven según el estilo que exige la bienaventuranzas son invitados a ser “fermento de una nueva humanidad” que alcanza a todos los hombres y que no se cierra en los estrechos límites de mi grupo, mis amigos, mi familia, mi parroquia…
Nuestro peligro, en el seguimiento de Jesús, es la amnesia espiritual, la pérdida de memoria parcial o total de que estamos llamados a dar sabor e iluminar el mundo. En este caso nuestra sal ha perdido sus características esenciales, se ha vuelto insípida y anodina, nuestra luz ha sido escondida y somos incapaces de contagiar entusiasmo e ilusión por el evangelio.
Por ello una de las tareas esenciales, primeras y urgentes que tenemos los cristianos sea la de volver a salar nuestra fe al calor del evangelio, de la oración y del clima de fraternidad. Necesitamos redescubrir que la fe es sal y luz que puede saborear e iluminar nuestra vida y la vida de los hermanos de un modo nuevo.
Desde esta aceptación, amig@, no llenes tu vida de palabrería, de divagaciones ni justificaciones. No pretendas mostrar, ante los demás, una perfección que no tienes. No uses mascaras. Ábrete a la acción de Dios que puede transformar tu vida y así nacerán en ti las “buenas obras” que son fruto del Padre que actúa en ti y por medio de ti en la humanidad.
Convéncete que eres Buena Noticia y signo de la presencia del Reino de Dios para las gentes de hoy, que eres sal que da sabor, sana y libera a seres humanos de sus sinsabores, que eres luz que ilumina las incertidumbres y ofrece esperanza y horizontes nuevos a las personas de nuestro tiempo… sino te ves así eres huevo frito sin sal, pata negra sin sabor o luz escondida debajo de la mesa camilla.
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