Domingo de Resurrección
Cuando el miedo hace su aparición en medio de ti, lo más seguro es que tomes la actitud de quedarte parado, atenazado, sujeto, quieto… pocos son los que se adentran en lo desconocido y dan un paso hacia alguna parte. Estos, o bien son locos o bien son valientes descerebrados que no ven el peligro por ningún lado. Aunque pensándolo mejor, aún existe una categoría más: aquellos en los que no hay miedo que los atenace, los enamorados.
Quien vive en el amor y desde el amor, vive en una perspectiva distinta, donde el corazón mueve sus pies sorteando las dificultades. No entro en la eterna lucha de razón y/o corazón, sino simplemente constato que, como dijo Blaise Pascal: "El corazón tiene razones que la razón ignora". El viaje y los movimientos emocionales que se desprenden del evangelio de este domingo, son, para mí, un tipo de sabiduría emocional. Al final pienso, que tú y yo, podemos ser sabios no por la cantidad de conocimiento que poseemos sino por la capacidad que tenemos de arriesgarnos.
En el Domingo de Resurrección (ciclo a) hacemos memoria del gran acontecimiento de nuestra fe. Descubro a María Magdalena, la mujer primera que se acerca al sepulcro, al amanecer, en medio de la oscuridad. Y la sitúo, sin miedo a equivocarme, en una de aquellas que forman parte de la especie del género humano que se pone en movimiento y no permanece inmóvil, sujeta por el miedo. Por cierto, no la considero ni loca ni descerebrada, sino, más bien, enamorada del Maestro, al que días atrás contempló muriendo en una cruz y enterrado en un sepulcro nuevo, propiedad de un tal José de Arimatea.
El evangelio (Juan 20, 1-9) comienza narrándonos este movimiento de enamorada que posee Magdalena: “fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro” Lo que contempla es la piedra movida, por lo que a la tristeza y desolación por la pérdida del amigo, se une el desconcierto al ver que la piedra no se encuentra como ella la había dejado. Lo primero que piensa, no es que Jesús ha resucitado, sino «se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto»
Este signo la pone en un nuevo movimiento: «Echó a correr y fue donde estaban Simón
Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba» Su desconcierto la dirige a
la comunidad, a quien comunica lo ocurrido. Prontitud, sensibilidad, amor… son
algunas de las actitudes que podríamos contemplar en esta mujer que ha tenido
una relación especial con Jesús, que al igual que Juan y Pedro, y por diferentes
motivos y causas, forma parte de sus íntimos.
María de Magdala es para mí, símbolo de los buscadores de Jesús que se ponen en camino, sorteando todas las dificultades que le salen a su paso.
La noticia que comunica María a Pedro y Juan, provoca en ellos otro nuevo movimiento dirección al sepulcro. En esta ocasión son dos de los discípulos, también del grupo de íntimos. Ambos ven lo mismo “los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza” pero sólo se dice del discípulo amado, el que le había acompañado al pie de la cruz, que “creyó”. De nuevo un enamorado, al que se le abren los ojos de la fe porque el amor la genera, hasta el punto de creer porque ama. Es el amor lo que nos hace gozar y ser testigos de lo increíble, de lo invisible.
Reflexión: Para abrirnos a la fe en la resurrección hemos de hacer nuestros propios recorridos y movimientos, no es conveniente esconderse y refugiarse en los caminos que andan otros y mucho menos esperar a que “aquí me las den todas”. Se vuelve prioritario, como en Magdalena, Pedro y Juan, poner rumbo a la tumba vacía desafiando toda tentación de inmovilismo.
Ahora bien, si has de moverte hacia la tumba vacía, hacia el sepulcro, no lo hagas desde tus convicciones inmutables sino desde el amor. Sólo el que ama es capaz de confiar, es capaz de fiarse.
La segunda lectura (Colosenses 3,1-4) nos invita a dar un paso nuevo. Los cristianos debemos tener claro en qué tipo de valores hemos de poner los esfuerzos de nuestras búsquedas. «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba…, no los de la tierra» Dos tipos de bienes se nos presentan ante nuestros ojos, los de arriba y los de la tierra, los espirituales y los materiales, los que permanecen y los que pasan… la opción no es insignificante, pues aspirar a los bienes de arriba nos permitirá, cuando Cristo aparezca, aparecer nosotros también resucitados.
Amig@s, celebramos la Pascua y creemos en la resurrección. Dejémonos conducir por la Palabra, que durante cincuenta días, nos va a dirigir el Dios de la vida, para poder decir como el evangelista: que Él había de resucitar de entre los muertos. Que grande sería que te acercaras al sepulcro, ahora vacío, y revivieras los encuentros y momentos más significativos de tu historia. Quizás, a la luz de la Escritura, comiences a entender.
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