Nosotros, como los pastores, hemos escuchado la voz del ángel que nos anuncia, desde la paz y el sosiego, la gran alegría del nacimiento del Salvador.
Esta noticia ilumina nuestra vida, pensamientos, palabras y acciones; nos invita a mirar el mundo desde el amor y no desde el egoísmo, desde el encuentro y no desde el aislamiento, desde el dar y ofrecer y no desde el poseer o el dominar.
Celebrar el acontecimiento de fe del Salvador en nuestra historia, como a los pastores, nos hace ponernos en camino, dejar a un lado nuestras comodidades, incertidumbres y salir al encuentro del niño, del joven, del hombre y de la mujer, del anciano… envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Nuestra alegría es también la alegría de quienes serenan el corazón y
sin temor ponen sus dones y talentos al servicio del más necesitado, del que
menos tiene, del que sufre en su cuerpo y en espíritu, del que pasa hambre y
sed.
Pidamos al Dios de Belén:
Señor haznos comprender que un mundo más humano y fraterno es posible, que no nos crucemos de brazos o vivamos en la indiferencia ante tantas personas que claman, desde su pobreza, justicia. Que sintamos el dolor ajeno como propio. Tú que vienes a sanar y salvar enséñanos, desde tu cuna de Belén, a ser bálsamo para mis hermanos, los cercanos y lejanos, los que pertenecen a mi corazón y los que viven muy alejados de mí. Y que tu paz reine en nuestras acciones, para ser testimonio de Ti en medio del mundo. Amén
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