miércoles, 23 de octubre de 2024

“NO HAY MAS CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER”

 

Domingo XXX del Tiempo Ordinario

La ceguera era y es relativamente frecuente en Oriente Próximo. Ayuda a ello, el desierto, el polvo, la falta de higiene y el extraordinario resplandor de la luz solar… Todo unido, en mayor o menor medida, es la causa de una inflamación de los ojos que, en no pocas ocasiones, degenera en ceguera.

Muchos son los ciegos que aparecen en el evangelio y a los que se alude en varias ocasiones que son curados de esta enfermedad. Ellos son la viva estampa de la miseria, el desamparo, la necesidad y la desesperanza. La mendicidad era una salida en el mayor de los casos.

En este domingo 30 del Tiempo Ordinario (ciclo b) nos encontramos con un ciego, de nombre Bartimeo. Quien vea en este encuentro de Jesús con él la descripción de una simple curación a las afueras de Jericó… es que está ciego verdaderamente, porque no hay mayor ciego que el que no quiere ver. ¡Ah! y no te empeñes mucho ya que resulta inútil convencer a alguien de que vea lo que no quiere ver.

Hoy tienes delante de ti una catequesis que invita al cambio y nos urge a la conversión. Además, si observas detenidamente, es una severa crítica y una denuncia contra los discípulos que se han opuesto sistemáticamente, versículos atrás, a dar vida, compartir, ser el último o hacerse servidores de los demás. Una vez más, el que es ciego es el que ve y el que ve está realmente ciego.

En este evangelio (Marcos 10,46-52) Bartimeo es descrito cuidadosamente por el evangelista. Es un hombre ciego al que la falta la luz y la orientación. Sentado, incapaz de dar ya más pasos. Al borde del camino sin una trayectoria de vida. Mendigo, su vida y su subsistencia depende de los demás. Sin embargo, dentro de este hombre hay una fe capaz de hacerle reaccionar y ponerlo nuevamente en actitud de caminante en la esperanza. Percibe que Jesús está cerca y pasa a su lado, entonces grita ayuda: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí»

Como a Santiago y Juan, en el evangelio de la semana pasada, Jesús pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?» El paralelismo de la pregunta hace que acentuemos más la diferencia de la respuesta. Mientras que los dos hermanos deseaban puestos de honor a derecha e izquierda, sentados junto a Jesús, Bartimeo, cansado de pasarse todo el día sentado desea recobrar la vista para seguirle. «Que pueda ver. Recobró la vista y lo seguía por el camino» El contraste de la respuesta es toda una lección, por lo que la figura de este ciego se convierte en modelo para todo discípulo.

Llegando a Jerusalén, el relato evangélico nos habla de la ceguera de los discípulos y nos marca los pasos del proceso de conversión, para pasar de la oscuridad a la luz, de la duda a la fe: suplicar y gritar desde la situación concreta en la que nos encontramos, insistir a pesar de la oposición de algunos, acercarse a Jesús con confianza y alegría, dialogar con el Señor expresando nuestros anhelos, recobrar la vista y seguirle en el camino… bellísima descripción plástica, fácil de entender y al alcance de todos.

Igualmente, en este texto puedes encontrar a un Jesús que se detiene, pregunta, conversa, llama y escucha, sobre todo escucha. Él tiene tiempo para el mendigo-ciego, no hay prisas. Ha venido a revelar el amor del Padre, no las órdenes de un superior. Por ello, los que son insignificantes, los que molestan, los que son regañados para que se callen, son los sujetos primeros de la acción de Jesús, a los que les dedica todo su tiempo.

El ciego está sentado en el camino, es rechazado por los que acompañan a Jesús e intentan callarlo. Pero el Maestro da un toque de atención, no quiere crear una elite de discípulos perfectos que no acojan a aquellos que están en las cunetas de la vida, no quiere que se rechace a los herman@s que son más lentos en el caminar, no quiere pasar de largo ante las situaciones dolorosas del ser humano. Él se detiene, anima, devuelve la luz, buscando que los ciegos y los que habían sido ciegos le sigan por el camino.

Reflexión: Por todo lo que te he expresado, mirar este evangelio como un mero milagrito es no querer ver la luz que encierra para ti y para mí. No haríamos justicia al relato de Marcos si solamente nos fijáramos en el hecho prodigioso y físico que Jesús realiza. Es toda una enseñanza vital y espiritual válida para hoy y para nosotros, discípulos del siglo XXI. “Bartimeos” somos todos.

Son muchas las ocasiones en la que estamos tan ciegos que ni nos damos cuenta que el Señor pasa a nuestro lado. Incluso, nuestra ceguera llega hasta el extremo de no saber lo que pasa en nuestro entorno. Cuántas veces vivimos con la reserva encendida del depósito de la fe, sentados al borde del camino, dejando pasar la oportunidad de reconocer al “Dios con nosotros”. Es el tiempo de gritar la compasión de Jesús y descubrir los signos de su presencia. Es el tiempo de querer ver, tirar el manto, saltar y acercarte a Jesús.

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