Domingo
XXVII del Tiempo Ordinario
Todos, en mayor o menor medida, tenemos experiencia de necesidad del otro, de soledad, de complementariedad, de comunidad, de matrimonio, de fidelidad… DE AMOR. Cierto es que cada uno lo gestiona de una determinada manera según el “estado” en el que se encuentra, y cierto es también que estos términos, expresados anteriormente, para unos vivirlos son un problema, mientras que para otros son satisfacción. Y es que cada ser humano es un mundo, no hay dos iguales y cuando nacemos se rompe el molde.
En este domingo 27 del Tiempo Ordinario (ciclo b) las lecturas que se proclaman nos ofrecen la oportunidad de contemplar nuestra forma de amar, comprendiendo que “el otro u otra” no es rival sino más bien complemento y necesidad.
En el relato de la creación que nos ofrece la primera lectura (Génesis 2, 18-24) se manifiesta la “soledad” como una debilidad, un motivo de tensión, manifestado, por parte de Dios, con las palabras: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a proporcionarle una ayuda adecuada” El hombre es un ser social, incapaz de realizar su destino sin ayuda, por lo tanto necesitado de alguien que comparta con él su naturaleza y le complemente.
Ni las maravillas de la naturaleza del jardín del Edén, ni la creación de los animales son la solución a la soledad del hombre (“No encontró ninguno como él) Precisa de alguien que le complete fisiológica y psicológicamente. Necesita de “otro”, de la comunidad, del amor porque la vida del ser humano va más allá del mero existir.
La mujer será el “otro yo”, idéntica al varón, iguales en todo el ser y poder. Es quien colma la soledad del hombre, es su complemento y es con quien se identifica profundamente (“Carne de mi carne y huesos de mis huesos") Esta complementariedad de ambos extrae una consecuencia: “Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”
Hombre y mujer son piezas de una máquina que
encajan a la perfección, participan del mismo destino, se ayudan mutuamente,
comparten conversación y silencio, alegrías y sufrimiento. El amor de
ambos son la razón de su unión (matrimonio) y el origen de la familia. Su
cohabitar crea unos lazos más fuertes que los del parentesco.
En el evangelio (Marcos 10,2-16) Jesús sitúa el debate planteado por los fariseos desde la intencionalidad del creador, no desde las diversas interpretaciones como deseaban los fariseos. Y proclama que el matrimonio debe concebirse, no como un simple contrato legal, sino como una alianza estable, a semejanza de la que el mismo Dios ha hecho con su pueblo. De este carácter de alianza que posee el matrimonio deriva la fidelidad conyugal que Jesús enseña, una fidelidad sostenida y alentada por el amor.
Este amor, en referencia constante al amor de Dios, será capaz de encontrar la luz y fuerzas necesarias para superar muchos obstáculos que se presentan en la vida conyugal y/o comunitaria.
Frente a la actitud de los fariseos, que se acercan a Jesús con actitudes arrogantes e intenciones retorcidas, se presentan, al final de la lectura de este domingo, como contrapunto los niños, los cuales, no sólo son objeto de atención y cariño, sino que para Jesús son modelos a imitar por todos aquellos que quieran seguir el camino cristiano y participar del Reino. La pertenencia al Reino no es para “los trepas” sino para aquellos que, como los niños, confían, se abren y se abandonan por completo a la benevolencia divina.
Reflexión: Puedes afrontar estas lecturas desde la vida matrimonial-conyugal o puedes ampliar el prisma a la vida en sociedad, familiar o comunitaria en la que transcurre tu existencia. Sea cual sea el estado civil en el que te encuentras, convendrás conmigo que tú y yo nos necesitamos para crecer, siendo el amor quien nos sostiene y ayuda ante las dificultades del camino.
En este contexto escribe el Papa Francisco la encíclica Fratelli Tutti (nº6) “Frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras” La fraternidad abierta de la que nos habla el Papa es el tema principal de la encíclica y debe ser entendida como la capacidad “que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”
Por ello, apuesto por “hacernos niños”, es decir, personas de mirada clara, cristalina, que no tienen nada oculto, ni nada que esconder (tampoco nada que ofrecer) semejantes a la mano del mendigo. Niños que no tienen ningún prestigio ni privilegio que defender, que no tienen ni la posibilidad por ellos mismos de llegar hasta Jesús sino que son presentados por otros y no sin dificultad.
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