viernes, 29 de mayo de 2020

EL PROTAGONISTA DE PENTECOSTÉS

Vengo anunciando, desde hace varias semanas, que con la presencia del Espíritu Santo, comienza en la vida de los apóstoles y de la Iglesia un nuevo tiempo. Tiempo en el que se nos recuerda que la comunidad de los creyentes está viva porque es conducida y guiada, no por hombres, sino por este Espíritu de Dios que la hace caminar hasta los confines del mundo.

El tiempo del Espíritu es una nueva etapa, la definitiva, de la acción de Dios en la historia de la salvación. Por lo tanto el protagonista de esta nueva etapa es el Espíritu, que tenemos que entender como la fuerza y presencia activa del Señor que obra la salvación de los hombres.

Igualmente, con Pentecostés, se inaugura la comunidad de los discípulos que tendrán como misión hacer real y visible la presencia de lo divino en el mundo.

Tanto la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 2,1-11) como el evangelio (Juan 20, 19-23), que este domingo proclamamos, nos muestran lo central de este día: El Padre derrama, por medio de Jesús, el Espíritu Santo sobre los apóstoles para que sean testigos del Resucitado en toda la tierra (Hechos 1,8)

La primera comunidad de los apóstoles, que estaban reunidos aún dubitativos y con miedo, reciben el don del Espíritu de las manos de Dios, de ahí la escenografía que se nos representa (viento, lenguas de fuego, ruido, estruendo…) y que recuerda las manifestaciones de la divinidad, teofanías o visiones del “día del Señor” de los profetas.
Pero el don del Espíritu Santo, no es un tesoro para esconderlo y mimarlo en las profundidades del corazón, sino que los apóstoles se aprestan para que sea el Espíritu quien les anime y guíe a llevar a cabo su misión de anunciar el Evangelio.
Es el Espíritu quien constituye a los apóstoles en TESTIGOS ante todos los pueblos, representados por los allí presentes (Hechos 2,9-11). No hay fronteras para la salvación, todos están destinados a ella y es una realidad que es entendida por todos, “cada uno en su lengua

La comunidad, que recibe el Espíritu, se convierte en el nuevo pueblo de Dios que se hace misionero. Podríamos decir que en Pentecostés nace la Iglesia comenzando a anunciar a Jesús y su significado salvífico para todos los hombres.

El evangelio de Juan que se lee este domingo de Pentecostés recoge las claves de este tiempo de la Iglesia resumidas en cuatro palabras: paz, misión, espíritu y perdón.

La paz es el saludo del Resucitado y el rasgo más importante de los nuevos tiempos. Paz en el corazón de cada hombre y en el mundo.
La misión de los cristianos será transmitir a todos los hombres esa paz; el modo de hacerlo es por medio de la reconciliación, el perdón. Por eso, Jesús encarga, a los apóstoles, su misma misión: “como el Padre me envío así os envío yo”, con el poder de perdonar en su nombre y así también ellos podrán dar la vida de hijos de Dios.
Y para que cumplan eficazmente la misión, Jesús entrega a los suyos el Espíritu. Sopla sobre ellos y reciben el don del Espíritu Santo, para indicar que son hombres nuevos, la semilla de una nueva humanidad. 
La fuerza de lo alto viene a suplir la debilidad de lo humano porque es tarea difícil y muy costosa convencer a los hombres -atrapados en el miedo- del mensaje de vida que brota del sepulcro del resucitado.

Reflexión: Creo que se impone en nosotros la necesidad de un “nuevo Pentecostés” Necesitamos hacer una re-lectura de los hechos y acontecimientos y sentir que el camino de la decepción-miedo se puede convertir en camino de alegría y esperanza, como sucedió a los apóstoles el día de la Pascua.
Creo que es necesario “resetear” el corazón, apagar todo aquello que nos impide escuchar, en nuestra propia lengua, que un mundo nuevo es posible y, así, abrirnos a la novedad que nos ofrece el Espíritu.

Si, amig@, ha llegado la hora de mirar dentro de ti mismo con una mirada nueva, fruto del don del Espíritu. Empezar a descargar nuestro “ordenador del corazón” de todos los archivos de miedos, enfrentamientos, discordias, divisiones, tristezas, chismes… y crear comunidad como signo de la novedad cristiana que nos ofrece el espíritu de Pentecostés.

Con esta fiesta concluye el tiempo de Pascua, y quiero finalizar esta reflexión invitándote a orar con la plegaria eucarística segunda en la que se reza, tras la consagración, estas palabras:

Te pedimos humildemente que
el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo

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