La falsa concepción del templo, heredada del paganismo, según la cual la presencia de Dios se circunscribía a un espacio limitado y concreto… se extiende, hasta nuestros días, cada vez que queremos encerrar a Dios entre cuatro paredes, poniendo en serio peligro su transcendencia que desborda todos los espacios. Ni el templo, ni una ciudad concreta, son los únicos o principales lugares donde Dios habita. El Señor no necesita lugares donde apartarle de la vida del pueblo, sino corazones que sean verdaderos templos y lleven al “Dios con nosotros” a nuestras calles, plazas, lugares de trabajo, amistades, familia… para hacerle partícipe de nuestras historias concretas, personales y comunitarias. Creo que a Dios le gusta peregrinar de aquí para allá, haciendo morada y plantando su tienda dentro de nosotros.
La Palabra proclamada este último domingo de adviento (ciclo b) tiene muchas lecturas. Cada uno de nosotros, buceando en estos textos que nos ofrece la liturgia, podrá extraer diversas aplicaciones, todas válidas, porque la Palabra de Dios tampoco se encierra en una concepción o explicación concreta. No en vano la Palabra de Dios es viva y es eficaz.
En la primera lectura (2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16) el rey
David quiere construir una casa (templo) a Dios. El profeta Natán le anima a ello;
pero, tras escuchar a Dios, el profeta le comunica al rey que Dios dispondrá un
lugar para el pueblo de Israel y que le edificará una casa (familia) donde Él
habitará. Es decir, Dios se hará presente como un padre en su familia y
dinastía, ese es el lugar donde Dios quiere hacer morada.
Dios hace una alianza-pacto con David y le promete una dinastía eterna, considerando a los descendientes hijos suyos, un reinado de prosperidad, paz, justicia. Estas promesas serán el argumento para que el pueblo viva con esperanza en tiempos difíciles y de que Dios enviaría un Mesías. Los cristianos creemos que es Jesús en quien se cumplen de forma perfecta estas promesas.
En el evangelio (Lucas
1,26-38) se nos narra el anuncio del nacimiento de Jesús; a quien se le
describe con los rasgos del Mesías, ya anunciados en la primera lectura: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob
para siempre y su reino no tendrá fin” Es José el que entronca a Jesús con la
dinastía de David cumpliéndose así la esperanza mesiánica.
El SI de María al plan de Dios la convertirá en el nuevo templo donde el Señor quiere hacer morada entre nosotros. Y aunque María no pide ningún signo, como hizo Zacarías, (Lc 1,27) se le da una garantía de la autenticidad del mensaje: su pariente Isabel, estéril, va a dar a luz un hijo. Concluye este encuentro con el mismo mensaje que recibieron Abraham y Sara cuando dudaron de la noticia del nacimiento de su Hijo (“Para Dios nada hay imposible” Génesis 18,14)
Reflexión: Finalizar el tiempo de Adviento con la convicción de que Dios quiere hacer casa en nosotros, como lo hizo en la familia de David y en María, será la mejor forma de comprender el sentido autentico de las fiestas de Navidad. Y… para que tú seas casa de Dios, se te han concedido, como regalo divino, estos cuatro domingos, cada uno con sus características.
El Señor quiere hacer “en ti su casa” o “de ti su casa” como más te guste y prefieras. Él sigue buscando un hogar para nacer. Dios sigue necesitando que tú le acojas en el corazón, para que, como María, "des a luz" a Jesús en el mundo que te rodea.
Este nuevo nacimiento de Jesús en ti, es obra del Espíritu que se hace presente en tu vida e inicia una nueva presencia. La salvación de Dios que llega desde un lugar humilde de Galilea, llamado Nazaret, hoy llega a ti, sin merito ninguno por tu parte, sino desde la ternura, la misericordia y el amor de Dios.
Dios ama primero, tú y yo respondemos al amor de Dios. Navidad es dejarse amar por un Dios que se acerca al ser humano, se hace pequeño y quiere hacer de ti su casa. La respuesta a este reto de Dios es libre… la pelota está en nuestro tejado. Eso sí, siempre me oirás decir que la casa es el descanso del guerrero, hoy con más razón.
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