Cuando hay una conexión verdadera entre corazón y mente, las palabras de Jesús «de lo que rebosa el corazón habla la boca» son una realidad en la vida del ser humano. Si eres coherente y no actúas en la falsedad tus labios pronunciaran lo que mueves en tu interior. Y así, si en tu corazón hay bondad tus palabras serán bondad y si en tu corazón hay odio y resentimiento tus palabras estarán presididas por estos sentimientos. Lógicamente, al hilo de lo que vivas en el corazón, las obras que realices serán de bien o de mal porque en el corazón se cuece tu propia vida.
Celebramos el domingo 8º del Tiempo Ordinario (ciclo c). En las lecturas presentadas descubro que la Palabra de Dios, es viva, actual, habla en muchas direcciones y tiene diversas aristas desde las que podemos encontrar una lección, un ánimo, una esperanza, un consuelo, una ayuda… para el camino de la vida. La Palabra no es indiferente siempre tendrá una respuesta.
La primera lectura (Eclesiástico 27,4-7) aconseja que no elogies ni destruyas a nadie antes de oírlo hablar. Escúchalo porque las palabras que pronuncie te descubrirán que clase de persona tienes delante, los defectos o virtudes que posee y la intención de corazón. “El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona” expresión gemela a las pronunciadas por Jesús.
En el evangelio (Lucas 6,39-45) se pone de manifiesto que el amor y el perdón son uno de los rasgos distintivos del creyente que ha asumido el comportamiento mismo de Jesús. La corrección fraterna nace del amor y la expresa, pero en este evangelio nos pone en guardia para que sepamos, primeramente reconocer nuestras propias debilidades (¿Y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?) antes de intentar corregir los defectos del prójimo (¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?)
Igualmente, el evangelio advierte de los falsos maestros en la comunidad cristiana. Y aboga por que el verdadero maestro sea siempre discípulo, aprendiz del Maestro con mayúscula, Jesús al que deberá seguir en fidelidad (No está el discípulo sobre su maestro)
Los versículos 43 al 45 hablan de los buenos y malos frutos. Jesús siempre habla al corazón del hombre, buscando la transformación y la coherencia. Hay una relación íntima entre corazón y acción como nos muestran estos versículos. No importan tanto los hechos como descubrir el corazón que está detrás de esos hechos. Ese corazón es oculto a los ojos humanos pero es conocido por Dios. En el corazón nos jugamos la pertenencia al Reino, porque de allí proviene el amor o el odio. En definitiva sólo de un buen corazón nacerá una praxis autentica.
Los frutos serán el criterio para discernir la vida del creyente. Dos comparaciones sirven a Jesús para explicar la importancia de las acciones humanas. Por una parte la calidad del fruto que nos informa del valor del árbol, y por otra, el tipo de fruto nos habla de su procedencia. Así ocurre con nuestros actos: una vida injertada en la persona de Jesús y en su mensaje dará frutos evangélicos. Y estos serán ante el mundo testimonio y anuncio de la Buena Noticia.
Reflexión: Como he dicho, al inicio de esta reflexión, son muchas las enseñanzas que podemos extraer de estos textos de la Escritura. Te invito que medites tú y te preguntes qué quiere el Padre de ti desde la Palabra proclamada en este domingo. No consideres que lo que expreso yo en estas líneas es la única interpretación posible del texto, sino que como Palabra viva y eficaz seguro que a ti te puede sugerir algo tan grande, bueno y bello que te ayude a ser misionero-aprendiz
Amig@s una vez más Jesús nos habla, se dirige directamente a nosotros, sus discípulos, y lo hace por medio de una parábola, con la pretensión de señalarnos algunas características que NO pueden estar ausentes en la vida de aquellos que queremos vivir y ser aprendices del Maestro.
En primer lugar nos pide ser LÚCIDOS, NO CIEGOS «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?» Lo que conlleva estar en continuo proceso de aprendizaje guiados por la acción del Espíritu. Ciego es aquel que cree que es Maestro y no repara en que su luz verdadera es sentirse discípulo. Quien desee acompañar a otro en el camino de la fe, tiene que tener una visión muy clara del camino a recorrer y un corazón muy puro.
En segundo lugar nuestra vida debe estar presidida por la HUMILDAD que nos hace ser consciente de la viga del propio ojo, antes que de la mota del hermano.
Por último siente que como discípulo tienes que DAR FRUTO de buenas obras. Se nos reconocerá por las palabras que surgen del corazón, es decir por las obras, lo mismo que al árbol se le reconoce por sus frutos.
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