jueves, 17 de febrero de 2022

LA REGLA DE ORO

 

Ahora que se utiliza el término “línea roja” para significar el punto que no estamos dispuestos a traspasar, yo aparezco con la tradicional expresión: “Regla de oro” que, para mí, es el principio que cada uno se impone o la regla fundamental de la vida desde la que cimientas todas las relaciones y que se basa en el sentido común y en el principio de no agresión.

Celebramos el domingo 7º del Tiempo Ordinario (ciclo c) y las lecturas que son proclamadas invitan a quien las lee y escucha a vivir bajo la regla de oro que Jesús muestra. No es una imposición dogmática sino que creo que hay que llegar a ella tras la meditación y contemplación de esta Palabra de Dios.

Los dichosos y bienaventurados, que el evangelio de la pasada semana nos presentaba, desde la vivencia de la regla de oro que el Maestro nos ofrece hoy, se encuentran en una nueva relación con Dios: “seréis hijos del Altísimo” Y, lógicamente, esta nueva relación de hijos engendra, o debe engendrar un nuevo comportamiento y estilo de vida. La transformación de nuestras personas es en su totalidad: en sentimientos (sustitución del odio por el amor) en las palabras (sustitución de la maldición por la bendición) y en las acciones (sustitución de la violencia por la paz)

El evangelio (Lucas 6,27-38) amplía el círculo de lo que se conocía como prójimo. En el Antiguo Testamento el amor y el perdón sólo tenían sitio en aquellos que eran del mismo pueblo y tenían la misma religión, pero a los adversarios de Israel este amor y perdón aparece limitado. El odio al enemigo parece pues en el Antiguo Testamento como algo natural.

Para Jesús todo cambia al unir el amor a los enemigos con el amor al prójimo. Hay que borrar, por lo tanto, las barreras creadas por afinidades y simpatías (amistades, familia, grupitos…) y adoptar el comportamiento compasivo de Dios para con todos si se quiere crear una humanidad nueva (Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo)

Hacer cálculos humanos y establecer fronteras en el amor no está en la regla de oro de Jesús. Más bien, al discípulo se nos pide imitar la bondad de Dios amando, incluso, al enemigo (“Amad a vuestros enemigos”) a aquellos que aparentemente, te odian, (“Haced el bien a los que os odian”) te golpean (“Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra”) y te roban (Al que te quite la capa, déjale también la túnica”… “Al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”)

La afirmación Tratad a los demás como queréis que ellos os traten” es la regla de oro de la caridad cristiana. Nos indica que el amor no se limita a excluir el mal, sino que implica un compromiso operativo para hacer el bien al “otro” sin excepciones.

La primera lectura (Primer libro de Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23) insiste en el perdón. Ya encontramos el perdón de David a Saúl en 1 Samuel 24, cambia la forma pero el fondo es el mismo. En uno y en otro caso Saúl está al alcance de David, pero éste le perdona la vida sin causarle ningún daño. “yo no quise atentar contra el ungido del Señor”

Reflexión: El principio que debe regir nuestro vivir en el amor auténtico e incondicional, hunde sus raíces en sentir el amor compasivo de Dios e imitarlo: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” El Salmo responsorial (Salmo 102) invita a la alabanza mencionando los beneficios del Señor. El primer beneficio, que resultará central y único, es su misericordia y amor infinitos que lleva a Dios a perdonar, a curar, a salvar y a colmar de ternura.

En la regla de oro que ofrece el Maestro a sus discípulos de todos los tiempos, nos invita NO a la reciprocidad y SI a la generosidad y libertad de corazón. NO se nos pide amar buscando ser correspondidos ya que esto sería amor con límites. Jesús expresa un amor sin compensaciones o agradecimientos, un amor poniéndonos en la piel del “otro”, calzándonos sus zapatos… Por ello “si amáis sólo a los que os aman, ¿Qué mérito tenéis?”

La dificultad de vivir en plenitud la regla de oro de nuestra fe radica en la imitación de Dios, que no se fija en las apariencias, sino que su naturaleza es la misericordia-compasión para con todos, también para con aquellos que no le aman. “La misericordia es el nombre de Dios por excelencia, que manifiesta su naturaleza, no como un sentimiento ocasional, sino como fuerza presente en todo lo que Él realiza” (Papa Francisco. Mensaje 2022 Jornada del Enfermo)

Si pudiéramos robarle a Dios su amor misericordioso, pienso que entonces tendríamos el poder de ser nosotros dioses, porque le habríamos despojado de su esencia y de su naturaleza.

¡Uf! Tenemos por delante un tiempo precioso para no poner “líneas rojas” a nuestro amor, sino para vivir la regla de oro. Eso sí, te pido que no te agobies, Dios sabe de qué mimbres estás compuesto, es Él quien quiere y se empeña en hacer un cesto contigo.

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