sábado, 18 de abril de 2020

DONES DEL RESUCITADO


Caminamos por este tiempo de Pascua en el que se nos invita continuamente a la VIDA. Una vida nueva y renovada que trae consigo un compromiso personal y comunitario. Por lo tanto, se hace urgente la “salida hacia los otros”, así como el visibilizar la comunión-unión con el ser humano.
Las lecturas, de este 2º Domingo de Pascua, nos invitarán a realizar un proyecto de vida que nos haga cristianos creíbles y testigos de que el Señor ha vuelto a la Vida y se hace presente, resucitado, en cada uno de nosotros.
Este proyecto vital tendrá que incluir, por un lado, el conocimiento de Jesús a través de la formación y la escucha de la Palabra y, por otro, la opción por la comunidad y la comunión con la celebración de la Eucaristía, la oración, el servicio y el compartir.

La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,42-47) nos presenta la primitiva comunidad cristiana. Nos ofrece un resumen (sumario) donde la Iglesia muestra que el Reino de los Cielos ha comenzado y que es posible, guiados por el Espíritu, una vida de hijos de Dios y fraterna.
Para ello se nos invita, en primer lugar, a la constancia, es decir, la capacidad de permanecer y superar las dificultades que pudieran surgir en la comunidad. Esta constancia se concreta en escuchar la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión (que constituye la fraternidad) en la Fracción del Pan y en la oración.
Seguidamente,  junto a los prodigios que realizan los apóstoles, se nos ofrece como signo, de la nueva comunidad cristiana, el compartir los bienes. Con ello la común-unión interna se manifestaba externamente y de forma concreta vendiendo las posesiones  y repartiéndolas según las necesidades de cada uno.
Por último se nos ofrece como signo la oración comunitaria tanto en el templo como en las casas, donde se partía el Pan y se alababa a Dios.
El resultado de esta forma de vivir la fe era que el ideal de la vida cristiana se contagiaba y crecía.

Reflexión:
Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz, mientras que Jesús no ocupe el centro de sus encuentros, reuniones, asambleas, grupos…
Superaremos las dificultades, mostraremos la presencia del Reino de los Cielos y la posibilidad de un mundo de hijos de Dios y hermanos cuando imitemos seriamente la vida de las primeras comunidades cristianas, adaptadas a nuestro siglo XXI 

En el evangelio de hoy, Juan 20,19-31, se nos narra las apariciones de Jesús a los Apóstoles.

-Primeramente al grupo sin la presencia de Tomás.
En los discípulos permanece el temor, el Señor se presenta en medio de ellos y saluda con la PAZ, seguidamente se identifica mostrando las manos y el costado para que le reconozcan como el mismo que fue crucificado. La reacción de los discípulos es de GOZO y ALEGRÍA al ver al Señor.
El Maestro les encarga su misma misión: “Como el Padre me envío así os envío yo”. A continuación sopla sobre ellos, (al igual que Dios sopló sobre Adán y le dio vida) y reciben el don del ESPÍRITU SANTO y el poder de PERDONAR en su nombre y así también ellos podrán dar la vida de hijos de Dios.
-Después se aparece  al grupo con la presencia de Tomás.
Este no cree en el testimonio de los restantes apóstoles y pide señales para creer. Jesús recoge el desafío y se presenta de nuevo invitando a Tomás a que “no sea incrédulo sino creyente” Tomás le confiesa como Señor y Dios, reconociendo la divinidad de Jesús.

Reflexión:
Estemos alegres porque el Señor resucitado está presente en medio de nosotros. Reconozcamos y descubramos en Jesús al Mesías e Hijo de Dios, la consecuencia de este descubrimiento y la aceptación del mismo es una nueva vida, la vida eterna,
Siéntete “dichoso” si crees, porque Jesús alaba a todos aquellos que creen sin pruebas y te llama bienaventurado porque sin haber visto has creído. Da testimonio con tu vida de la esperanza de Jesús y de todos los dones que nos ofrece la resurrección, especialmente del don del Espíritu Santo.

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