Caminamos por este tiempo de Pascua en el que
se nos invita continuamente a la VIDA. Una vida nueva y renovada que trae
consigo un compromiso personal y comunitario. Por lo tanto, se hace urgente la
“salida hacia los otros”, así como el visibilizar la comunión-unión con el ser
humano.
Las lecturas, de este 2º Domingo de Pascua,
nos invitarán a realizar un proyecto de vida que nos haga cristianos creíbles y
testigos de que el Señor ha vuelto a la Vida y se hace presente, resucitado, en
cada uno de nosotros.
Este proyecto vital tendrá que incluir, por
un lado, el conocimiento de Jesús a través de la formación y la escucha de la
Palabra y, por otro, la opción por la comunidad y la comunión con la
celebración de la Eucaristía, la oración, el servicio y el compartir.
La primera lectura del
libro de los Hechos de los Apóstoles (2,42-47) nos presenta la primitiva
comunidad cristiana. Nos ofrece un resumen (sumario)
donde la Iglesia muestra que el Reino de los Cielos ha comenzado y que es
posible, guiados por el Espíritu, una vida de hijos de Dios y fraterna.
Para ello se nos invita, en primer lugar, a
la constancia,
es decir, la capacidad de permanecer y superar las dificultades que pudieran
surgir en la comunidad. Esta constancia se concreta en escuchar la enseñanza de
los Apóstoles, en la comunión (que constituye
la fraternidad) en la Fracción del Pan y en la oración.
Seguidamente, junto a los prodigios que realizan
los apóstoles, se nos ofrece como signo, de la nueva comunidad cristiana, el compartir
los bienes. Con ello la común-unión interna se manifestaba externamente
y de forma concreta vendiendo las posesiones
y repartiéndolas según las necesidades de cada uno.
Por último se nos ofrece como signo la oración
comunitaria tanto en el templo como en las casas, donde se partía el
Pan y se alababa a Dios.
El resultado de esta forma de vivir la fe era
que el ideal de la vida cristiana se contagiaba y crecía.
Reflexión:
Nuestras comunidades no vencerán los miedos,
ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz, mientras que Jesús no
ocupe el centro de sus encuentros, reuniones, asambleas, grupos…
Superaremos las dificultades, mostraremos la
presencia del Reino de los Cielos y la posibilidad de un mundo de hijos de Dios
y hermanos cuando imitemos seriamente la vida de las primeras comunidades
cristianas, adaptadas a nuestro siglo XXI
En el evangelio de hoy, Juan 20,19-31, se nos
narra las apariciones de Jesús a los Apóstoles.
-Primeramente al grupo sin la presencia de
Tomás.
En los discípulos permanece el temor, el
Señor se presenta en medio de ellos y saluda con la PAZ, seguidamente se
identifica mostrando las manos y el costado para que le reconozcan como el
mismo que fue crucificado. La reacción de los discípulos es de GOZO y ALEGRÍA al
ver al Señor.
El Maestro les encarga su misma misión: “Como el Padre me envío así os envío yo”.
A continuación sopla sobre ellos, (al
igual que Dios sopló sobre Adán y le dio vida) y reciben el don del ESPÍRITU
SANTO y el poder de PERDONAR en su nombre y así también ellos podrán dar la
vida de hijos de Dios.
-Después se aparece al grupo con la presencia de Tomás.
Este no cree en el testimonio de los
restantes apóstoles y pide señales para creer. Jesús recoge el desafío y se
presenta de nuevo invitando a Tomás a que “no
sea incrédulo sino creyente” Tomás le confiesa como Señor y Dios,
reconociendo la divinidad de Jesús.
Reflexión:
Estemos alegres porque el Señor resucitado
está presente en medio de nosotros. Reconozcamos y descubramos en Jesús al
Mesías e Hijo de Dios, la consecuencia de este descubrimiento y la aceptación
del mismo es una nueva vida, la vida eterna,
Siéntete “dichoso”
si crees, porque Jesús alaba a todos aquellos que creen sin pruebas y te llama
bienaventurado porque sin haber visto has creído. Da testimonio con tu vida de
la esperanza de Jesús y de todos los dones que nos ofrece la resurrección, especialmente
del don del Espíritu Santo.
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