A lo largo de nuestra vida hemos oído hablar
de muchas revoluciones. Una revolución marca un antes y un después en la
historia de la humanidad, nada será igual, nada volverá a ser como antes.
Conocemos por la historia la revolución francesa, la rusa, la industrial… pero,
a mi modo de ver, la más revolucionaria de todas fue la revolución de la toalla.
No sé si la conoces. La protagonizó Jesús, el
Señor. Estando sentado a la “Mesa”, junto a sus apóstoles, en un momento de la
“Cena”, se levantó, se quitó el manto, tomó una toalla y empezó a lavar los
pies a sus discípulos.
Fue un gesto profético que anunciaba la
entrega total, el amor incondicional de Jesús al ser humano de toda condición,
raza, lengua y nación.
Entrega sin etiquetar a las personas por su condición
social, política, económica u opción sexual. Entrega sin discriminar a nadie,
simplemente don, regalo al ser humano.
Él se dio y se da, porque en esta revolución de la toalla, a sus
discípulos, es decir a nosotros, después de lavarles los pies les dice y nos
dice: “¿Habéis visto lo que he hecho?
Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”
Muy parecido a los flores de los Alpes
suizos, que se encuentran a más de 2.000 metros de altura, que comparten su
belleza y perfume, tanto con el millonario como con el mendigo, con la misma
generosidad. El don de estas flores es incondicional, ¡ellas no saben poner
etiquetas a las personas!
Tampoco conocen las vacaciones ni los días de
descanso: truene o luzca el sol, nieve o llueva… son fieles a su tarea, dando,
dando, dando… sin cesar. Es más, el don gratuito de estas flores es no-violento, son sumamente resistentes, si caminas por encima de ellas y las aplastas, tras un instante, volverán a extender sus pétalos porque no entienden de resentimiento ni cólera.
Se dan con naturalidad porque su esencia es ser don
gratuito de perfume y hermosura. (Libro: El arte de bendecir de Pierre
Pradervand)
Si comprendiéramos que el fondo de nuestro
ser más auténtico es el amor, entonces sabríamos amar de la misma forma que las
flores alpinas dan su belleza y aroma. No mediríamos con cuentagotas nuestra
entrega porque sería empobrecernos.
La revolución
de la toalla continúa tanto en cuanto, nosotros, discípulos de Jesús, nos levantemos
para encontrarnos con el otro, nos quitemos el manto, es decir nos
despojamos de aquello que nos sitúa en poderes y prestigios, sean sociales o
eclesiales y nos agachemos para amar al ser humano, desde abajo, poniéndonos con
humildad a su servicio y disponibilidad.
Muy importante, en la revolución de la toalla
lavar los pies supone acoger y aceptar la historia recorrida por esos pies en
el camino de la vida, es hacernos cargo de sus heridas sin juzgar, sólo
entregando el bálsamo del agua.
Cuanto más lavemos los pies más se irán
difuminando y reduciendo los juicio sobre el otro.
Al final me doy cuenta que lavar los pies no
es una revolución para el otro, ni para el mundo, sino principalmente para mi
corazón.
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