Tras la “hora oscura” que transcurre entre
la muerte de Jesús y el amanecer del primer día de la semana, el Señor se
presenta como el autor de la esperanza, y dirigiéndose a las mujeres que habían
ido con tristeza a embalsamar su cuerpo, les dice: No temáis, no tengáis
miedo. Estas palabras se convierten para ellas, y hoy para nosotros, en el
“anuncio de la esperanza”
Nos dice el Papa, en la homilía
pronunciada el sábado Santo, que con la resurrección de Jesús hemos recuperado “El
derecho a la esperanza, una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. Es un
don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos”
Cuando hablamos de la virtud de la esperanza
la podemos confundir con un mero optimismo, una palmadita en la espalda, unas palabras de ánimo de circunstancia, con
una sonrisa pasajera, con un decir “Todo irá bien”… y esto es bueno porque
muestra la belleza de nuestra humanidad que intenta que surjan del corazón palabras
de ánimo… Pero la esperanza de Jesús
va más allá, la esperanza de la
resurrección infunde en el corazón la
certeza de que Dios conduce todo hacia el bien.
“Jesús resucitó por nosotros, para llevar
vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido
clausurada, tapándola con una piedra” Y esta es una de las misiones y retos de
los cristianos en el tiempo de Pascua: ser portadores de VIDA, anunciar la
esperanza de Jesús en los que nos rodean y en todas las personas que la vida
nos ofrece y caminan con nosotros, dentro y fuera de los templos.
Ahora bien, es imposible ofrecer lo que no
posees, no puedes esparcir semillas de esperanza si antes no las adquieres. Por
ello, te invito a que en esta Pascua, pidas al Señor el don de la esperanza,
que no
renuncies al amor, que la misericordia ilumine tus oscuridades del corazón, que
tus dolores no tapen la claridad de tu confianza en Dios, que la oración y el
amor sean las pautas de tu quehacer diario, que realices pequeños gestos de
atención, de afecto… Y te pediría que no cedas a la resignación, que no
deposites la esperanza bajo una piedra, que no te rindas porque “Dios es fiel”,
“Dios es grande”. “Él puede” remover las piedras que sellan el corazón. “Él
ilumina” los rincones más oscuros de la vida. Repítete, a modo de mantra que “la
muerte no vence a la vida”
“Ánimo, con Dios nada está perdido. Si en el camino eres
débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo ».
Él, el Resucitado, es el que nos levanta a
nosotros que estamos necesitados.
El valor y el ánimo los puedes recibir
como dones. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa
piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta
invitarlo”
Oración: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”.
Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza
que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz
florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de
nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros
silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.
(Este artículo
está extraído de la homilía del Papa Francisco en la Vigilia de Pascua 2020) Si
deseas ver el texto completo te dejo este enlace:
https://www.romereports.com/2020/04/11/homilia-del-papa-en-la-vigilia-pascual-2020/
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