Creo que no expreso nada nuevo si os digo que
esta pandemia, covid-19, alarma sanitaria…. (como queráis llamarlo) ha supuesto
para nuestras vidas y actividades un cambio radical, ya que hasta en lo más
mínimo hemos tenido que adecuarnos a unas medidas sanitarias que nos imponían,
por el bien propio y común, y por solidaridad con nuestros prójimos, como la
distancia, el confinamiento en nuestros hogares, la mascarilla, la higiene (sobre
todo en las manos)...
A todos los niveles: sociales, religiosos,
laborales… ha atacado este virus y de tal manera que actividades que siempre han
formado parte de nuestra historia, personal y comunitaria, han tenido que ser
relegadas y suspendidas. El paisaje habitual sufrió un cambio, en todos los
órdenes de la vida, y hasta lo más insignificante y cotidiano, aquello que
realizábamos casi por costumbre y sin darnos cuenta, se tuvo que remplazar y
mudar.
Nuestros “micro-mundos” se pusieron “patas
arriba” hasta el punto de preguntarnos si ese mundo pequeño y mío estaba
cimentado en unos principios solidos e inmutables, o había sido construido como
torres y castillos en el aire, que el más pequeño e invisible de los virus
había tambaleado.
Permitidme que os diga que sólo permaneció
inalterable el interior. Cambió nuestra forma de relacionarnos con Dios, pero
no la posibilidad de relacionarnos con Él. El virus arrasó con todo pero no con
los sentimientos que habitan en el corazón. Puso distancia física entre seres
humanos pero no consiguió la distancia emocional.
Nos tuvimos que “reinventar”
para poder comunicarnos, para mantener las relaciones humanas, para poder
ejercer nuestro trabajo, para no dejar de conectarnos de una forma nueva con lo
divino…. Sin este “reinventar-se” habríamos sufrido la tentación de “tirar la
toalla”, de poner distancia, más que física, sobre quien nos quieren, de entrar
en bucle de sentimientos negativos o de penetrar en la espiral de ver la
botella más vacía que llena…Y, así, reinventar se convirtió en un arte que
tiene su principio en la esperanza.
Reinventar-se no puede ser un arte pasajero,
ni estar sujeto a modas o a ataques virulentos de un mal concreto, sino que,
más bien, debe ser un antídoto permanente que nos ayudará a afrontar el futuro
con nuevas ilusiones, expectativas y metas.
Si no nos reinventamos podemos caer en el
peligro de agachar la cabeza entre las piernas o poner la palma de la mano en
la mejilla dando señales inequívocas que esta situación nos supera, desalienta o desanima.
Cierto que en nuestra parroquia ha habido
muchas celebraciones que se han tenido que suspender o posponer: primeras
comuniones, catequesis, encuentros con la Palabra, campamento Scouts, bodas,
grupos sinodales… pero no es menos cierto, que podemos volver, fase a fase, con
un nuevo espíritu y con unas nuevas formas para seguir transmitiendo aquello
que es el centro de nuestra espiritualidad y a lo que hemos sido llamados:
“hacer discípulos” “anunciar el evangelio del Reino”
Es hora de ilusionarnos en la misión. Es el
tiempo de pensar entre todos, sacerdotes y seglares de nuestra parroquia, cómo
acercar, más y mejor el mensaje de Jesús a quienes nos rodean y forman parte de esta
comunidad. Es la hora de reinventar-se.
Os animo, y a mí mismo me lo digo, que es
posible volver con más fuerza, sintiendo que esta pandemia ha podido ser,
también, una oportunidad para crecer humana y espiritualmente, para reflexionar
y ver quiénes somos, qué es lo importante y qué es lo que queremos realizar con
nuestra vida. Y para continuar con nuestra labor mejorándola y buscando nuevos caminos.
Por ello, si sentís, en cualquier ámbito de
vuestra vida y también en el pastoral, un decaimiento… pensad que no hay mejor
manera para superar al adversidad que con la fuerza del ESPÍRITU y el arte de REINVENTAR-SE.
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