Este domingo, sexto del tiempo de Pascua, es prólogo
de todo lo que viviremos en las próximas semanas. El Señor nos va preparando
para su partida al Padre y nos anuncia la presencia del Espíritu (“Paráclito”) que vive y está con
nosotros, para poder tener una nueva vida de santidad.
La celebración de este domingo es una
invitación a la “confianza” en la Palabra de Jesús, necesaria para transmitir la Buena Noticia del Evangelio, así como una invitación a ser “signos” en medio del mundo con
nuestra forma de ser y actuar.
“El que
guarda mis mandamientos ese me ama” son palabras de Jesús a sus discípulos, proclamadas
en el evangelio de este domingo. El Señor recuerda que el amor va más allá del
cumplimiento de la ley.
Amar es otra cosa, es ser signo visible y engendrar VIDA. Esto es la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección. Y quien es capaz de entender así el mensaje
de Jesús vive libre y alegre y genera nueva alegría de tal manera que las dificultades
no apagan la fuerza del evangelio, sino que se transforman en fuerza capaz de
cambiar las estructuras de nuestro mundo.
El legado de “amor a todos”, que nos deja
Jesús, es una seria invitación a ser testigos valientes que rompen todo tipo de
fronteras.
La primera lectura (Hechos de los Apóstoles 8,5-8.14-17) de
este domingo es un ejemplo claro de todo lo expresado. Felipe proclama, en
Samaria, a Cristo, como Mesías esperado, realizando signos que recuerdan a los
de Jesús (sanar toda dolencia) La conclusión parece lógica: “la ciudad se llenó de alegría” como
consecuencia de la proclamación del Evangelio.
La noticia de que Samaria ha acogido la
Palabra de Dios llega a los apóstoles, que están en Jerusalén, y se hacen
presentes Pedro y Juan, quienes confirman la misión de Felipe. Rezan e imponen
las manos para que reciban, junto al mensaje del evangelio, el don del Espíritu
Santo.
Reflexión:
Se nos presenta la necesidad de la evangelización. El mensaje de Jesús no es
para una élite, sino que todas las personas están llamadas a recibir este
anuncio. Necesitamos el don del Espíritu Santo para dar razones de nuestra fe y
esperanza, no desde la acritud sino mostrando la dulzura de Jesucristo.
La humildad, el respeto, la limpieza de
corazón… (2ª lectura) son las cualidades que se nos pide para ser testigos del
Evangelio. Nuestras palabras, actitudes y conducta son nuestros “signos” para
la evangelización; de tal manera que el obrar bien “desarme” al ser humano e
incline su corazón hacia el Maestro.
El evangelio (Juan 14,15-21) desarrolla como tema
central la partida de Jesús al Padre. Esta partida no produce una situación de
“orfandad” para los discípulos, sino una nueva
era, marcada por la presencia y acción del Espíritu Santo; fortalecida por
el amor, la práctica de los mandamientos de Jesús y la promesa de un tiempo
futuro en el que el Padre y el Hijo permanecerán para siempre con el discípulo.
Al Espíritu
Santo, en este evangelio, se le da en nombre de “Paráclito” que tiene el
significado de: “ayudante, asistente, sustentador, protector, abogado” y sobre
todo “animador e iluminador”. Su función se centra a favor del creyente. Y debe
ser el Paráclito para los discípulos lo que había sido Jesús
Junto a la promesa del Espíritu en la
comunidad de los creyentes, Jesús promete permanecer siempre con aquellos que le aman.
Reflexión:
Los discípulos del Maestro no quedamos “huérfanos”, sino que se nos otorga una
vida nueva. Esta vida está presidida por nuestra unión con Dios que hay que
entenderla en términos de AMOR. Adquirimos por lo tanto un compromiso con el
Maestro: creer en sus palabras y amarle
Estar unido con Jesús, por medio del amor,
nos debe conducir a guardar lo que Él nos ha enseñado. Él nos ofrece una nueva
alianza, donde el Espíritu permanecerá siempre con aquel que es capaz de amar
con obras concretas que dan vida.
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