1.- En
el silencio y en serenidad, cierro los ojos, relajo mis pensamientos y me lanzo
esta pregunta: ¿Cómo,
a qué, a quien… compararé el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, "Ruah"?
Descubro mi respiración, me centro en ella y
me siento vivo, criatura de Dios, hermano con todo lo creado.
Me doy cuenta que sin este movimiento de aire
dentro de mí no podría existir… inspirar y espirar, dos movimientos
respiratorios, tan inconscientes como imprescindibles, que logran, sencillamente, la ventilación pulmonar, pero sobre todo me renuevan y me invitan a repetirme, una y otra vez, que estoy vivo, que soy humano, que pertenezco a la
Tierra como hijo creado, que soy amado por Aquel que es el Amor.
Lo que es la respiración para mi cuerpo, lo
es el Espíritu Santo para mi vida interior y para mi acción misionera. Sin este
Espíritu, aliento de Dios, no podría vivir, me faltaría el aire que me renueva,
que me ventila, que me hace estar vivo espiritualmente.
2.- Ahora,
en este momento, hoy es el día para mirar tu corazón sin juzgarlo.
Te invito a penetrar en ti, a escucharte y
mirarte, a contemplar la acción del Espíritu en ti. No te pido que te examines, que
vuelvas a repetirte el mal que haces, ni siquiera te pido que veas lo bueno que
realizas… NO, sólo te pido que te contemples serenamente, que seas consciente
de que estas lleno de vida y que repitas, como si de un mantra se tratara, “Ven Espíritu Santo, entra hasta el fondo
del alma. Ven, luz y fuente de consuelo”
Sigue contemplando tu corazón... qué encuentras,
qué percibes, qué descubres: ¿sientes en él tierra reseca o fertilidad? ¿Salud o enfermedad?
¿Frío o calor? ¿Sientes tu corazón torcido y golpeado o, por el contrario
recto, en paz con ánimo y fuerza?
No dejes de contemplarle. Insisto, no te
juzgues, sólo escucha tu respiración. Y descubre en ella al “Padre amoroso del pobre”
3.- Dios
te quiere. Él sabe de tus esfuerzos, trabajos, fuegos, lágrimas, luchas y
duelos…No te deja sólo en la batalla de vivir, y hoy, como en un Nuevo Pentecostés,
envía y sopla su aliento de vida, su Espíritu, sobre ti.
Recíbelo, ábrele tu corazón, deja que penetre
hasta el fondo de tu alma, porque este Espíritu es Santo, es luz divina que te
enriquece.
4.- No
te inquietes, el Espíritu no llega a tu vida para hacerte daño. Él quiere ser
descanso, tregua, brisa y gozo que te reconforte en el arte de vivir y no de
sobrevivir.
Él viene a regar, sanar, dar calor y guiarte
para que, lleno de Dios, seas discípulo, testigo y misionero que lleve la
Noticia Buena del Evangelio a todas las gentes, hasta el confín de la tierra,
rompiendo todas las fronteras que separan y dividen a los hombres.
5.- En
Dios, solo hay un lenguaje… el del AMOR con mayúsculas; lenguaje que entienden
todos, sean de la nación que sean, aunque se distingan por etnias y culturas
distintas, aunque cataloguemos al ser humano por posiciones sociales, políticas
y económicas diversas… Todos te entenderán el lenguaje tuyo si es lenguaje de
Amor, lenguaje del Espíritu de Dios.
La unidad en el amor será el signo visible
por el que reconocerán que el Espíritu de Dios habita en ti.
6.- Por ello, no dejes de
repetirte: Ven Espíritu Santo: Reparte tus dones, dale al esfuerzo su mérito, salva
al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén
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