Vengo anunciando, desde hace varias semanas,
que con la presencia del Espíritu Santo, comienza en la vida de los apóstoles y
de la Iglesia un nuevo tiempo. Tiempo en el que se nos recuerda que la
comunidad de los creyentes está viva porque es conducida y guiada, no por
hombres, sino por este Espíritu de Dios que la hace caminar hasta los confines
del mundo.
El tiempo del Espíritu es una nueva etapa, la
definitiva, de la acción de Dios en la historia de la salvación. Por lo tanto el
protagonista de esta nueva etapa es el Espíritu, que tenemos que entender como la fuerza y presencia activa del Señor
que obra la salvación de los hombres.
Igualmente, con Pentecostés, se inaugura la
comunidad de los discípulos que tendrán como misión hacer real y visible la
presencia de lo divino en el mundo.
Tanto la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 2,1-11) como el
evangelio
(Juan 20, 19-23), que este domingo
proclamamos, nos muestran lo central de este día: El Padre derrama, por medio
de Jesús, el Espíritu Santo sobre los apóstoles para que sean testigos
del Resucitado en toda la tierra (Hechos 1,8)
La primera comunidad de los apóstoles, que
estaban reunidos aún dubitativos y con miedo, reciben el don del Espíritu de
las manos de Dios, de ahí la escenografía que se nos representa (viento,
lenguas de fuego, ruido, estruendo…) y que recuerda las manifestaciones de la
divinidad, teofanías o visiones del “día del Señor” de los profetas.
Pero el don del Espíritu Santo, no es un
tesoro para esconderlo y mimarlo en las profundidades del corazón, sino que los
apóstoles se aprestan para que sea el Espíritu quien les anime y guíe a llevar
a cabo su misión de anunciar el Evangelio.
Es el Espíritu quien constituye a los
apóstoles en TESTIGOS ante todos los pueblos, representados por los allí
presentes (Hechos 2,9-11). No hay fronteras para la salvación, todos están
destinados a ella y es una realidad que es entendida por todos, “cada uno en su lengua”
La comunidad, que recibe el Espíritu, se
convierte en el nuevo pueblo de Dios que se hace misionero. Podríamos decir que
en Pentecostés nace la Iglesia comenzando a anunciar a Jesús y su significado
salvífico para todos los hombres.
El evangelio de Juan que se lee este domingo de
Pentecostés recoge las claves de este tiempo de la Iglesia resumidas en cuatro
palabras: paz, misión, espíritu y perdón.
La paz es el saludo
del Resucitado y el rasgo más importante de los nuevos tiempos. Paz en el
corazón de cada hombre y en el mundo.
La misión de los cristianos
será transmitir a todos los hombres esa paz; el modo de hacerlo es por medio de
la reconciliación, el perdón. Por eso, Jesús encarga, a los apóstoles, su misma misión: “como el Padre me envío así os envío yo”,
con el poder de perdonar en su nombre y así también ellos podrán dar la vida de
hijos de Dios.
Y para que cumplan eficazmente la misión,
Jesús entrega a los suyos el Espíritu. Sopla sobre ellos y reciben el don
del Espíritu Santo, para indicar que son hombres nuevos, la semilla de una
nueva humanidad.
La fuerza de lo alto viene a suplir la debilidad de lo humano porque es tarea difícil y muy costosa convencer a los hombres -atrapados en el miedo- del mensaje de vida que brota del sepulcro del resucitado.
La fuerza de lo alto viene a suplir la debilidad de lo humano porque es tarea difícil y muy costosa convencer a los hombres -atrapados en el miedo- del mensaje de vida que brota del sepulcro del resucitado.
Reflexión: Creo que se impone
en nosotros la necesidad de un “nuevo Pentecostés” Necesitamos hacer una
re-lectura de los hechos y acontecimientos y sentir que el camino de la
decepción-miedo se puede convertir en camino de alegría y esperanza, como sucedió a
los apóstoles el día de la Pascua.
Creo que es necesario “resetear” el corazón, apagar
todo aquello que nos impide escuchar, en nuestra propia lengua, que un mundo
nuevo es posible y, así, abrirnos a la novedad que nos ofrece el Espíritu.
Si, amig@, ha llegado la hora de mirar dentro
de ti mismo con una mirada nueva, fruto del don del Espíritu. Empezar a
descargar nuestro “ordenador del corazón” de todos los archivos de miedos,
enfrentamientos, discordias, divisiones, tristezas, chismes… y crear comunidad
como signo de la novedad cristiana que nos ofrece el espíritu de Pentecostés.
Con esta fiesta concluye el tiempo de Pascua,
y quiero finalizar esta reflexión invitándote a orar con la plegaria
eucarística segunda en la que se reza, tras la consagración, estas palabras:
“Te pedimos humildemente que
el Espíritu Santo
congregue en la unidad
a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”
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