Vamos pasando hojas del calendario y nos
damos cuenta, casi sin notarlo, que dejamos atrás la Semana Santa y Pascua y
que nos adentramos a vivir, 50 días después, la Fiesta de Pentecostés.
Si hacemos memoria, en estos días pasados
hemos vivido el misterio de nuestra fe, hemos celebrado, en régimen de
confinación pero no carente de toda su fuerza, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;
y ahora con todo lo rezado, reflexionado y celebrado miramos hacia delante,
hacia este tiempo que Dios abre ante nuestros ojos, que se abre ante nuestras
vidas; este tiempo que es una “Nueva Era” en el que la alegría, la bondad, la limpieza
de corazón y la sencillez deben ser notas características del discípulo.
El mejor testimonio de la primera comunidad
cristiana era, como nos dice el libro de Hechos de los Apóstoles 2,47: “la alegría y sencillez de corazón”.
Hoy hace falta recuperar la alegría de gozar
de Cristo Resucitado, que permanece en el corazón de quien ama, e igualmente,
recuperar la fuerza del Espíritu que nos impulsa, anima e ilumina para dar razones de
nuestra fe y esperanza, porque el peor signo de la descomposición de una
comunidad cristiana y humana es la tristeza y el miedo.
Han sido muchos los momentos, a lo largo de
este tiempo pasado, en los que la comunidad cristiana se ha unido en meditación
para interiorizar las enseñanzas del
Maestro de Nazaret.
Todos estos momentos, que hoy podemos
contemplar en la lejanía, no pueden “caer
en saco roto”, sino, más bien, deben ser como el bastón de apoyo en el
camino de nuestra espiritualidad cristiana. Tampoco son tesoros recibidos para
esconderlos con celo en nuestros corazones, porque si nos hemos encontrado y
llenado de Jesús es para vaciarnos en el amor a Dios y a los hermanos.
Vivir espiritualmente sumergidos en la
mediocridad es no conocer el auténtico sentido de la muerte y resurrección de
Cristo. La Pascua ha sido una invitación serena a la alegría cristiana y a la
esperanza. Ahora se nos abre la puerta de un tiempo nuevo en el que se nos
invita a ser, con nuestras actitudes y forma de vivir, portadores, sembradores y
evangelizadores de la buena noticia que trajo Cristo al mundo.
Recibamos al Espíritu Santo, lancémonos en
sus brazos con confianza, Él será quien
nos vaya enseñando como andar por este nuevo camino que Dios nos regala. Es el
tiempo del Espíritu.
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