Don Roque era ya un anciano cuando murió
su esposa.
Durante largos años había trabajado con
ahínco para sacar adelante a su familia. Su mayor deseo era ver a su hijo convertido
en un hombre de bien.
A los setenta años, don Roque se encontraba
sin fuerzas, sin esperanzas, solo y lleno de recuerdos.
Esperaba que su
hijo, ahora brillante profesional, le ofreciera su apoyo y comprensión, pero
veía pasar los días sin que éste apareciera.
Decidió llamar a la puerta de la
casa donde vivía el hijo con su familia.
- El abuelo Roque dijo: hijo, ya sabes que no
me gusta molestarte, pero me siento muy solo; además, estoy cansado, enfermo y me siento muy mayor.
Temo ser un estorbo. Pero quisiera preguntarte: ¿no te molestaría que me quedara
a vivir con vosotros?
-El hijo contestó: ¿Quedarte a vivir aquí...? Si… claro… Pero no
sé si estarías a gusto. Tu sabes, la casa es pequeña… mi esposa es muy
especial… y luego los niños… no se me ocurre dónde podrías dormir. No puedo
sacar a nadie de su cuarto, mis hijos no me lo perdonarían… A no ser que no te
moleste… dormir en el patio..
El abuelo Roque contestó: Dormir en el patio,
está bien.
El hijo de don Roque llamo a su hijo de doce
años y le dijo: Mira, tu abuelo se quedará a vivir con nosotros. Trae una
manta para que se tape en la noche.
- Si papa... ¿Pero dónde va a dormir el
abuelo? Preguntó el hijo
- Contestó el padre: en el patio; no quiere
incomodarnos por su culpa.
El hijo subió sin dudar a buscar la manta,
tomó las tijeras y la cortó en dos.
En ese mismo momento llegó su padre, le encontró con las tijeras en la manos cortando la manta, Y le dice:
¿Por qué cortas la manta de tu abuelo?
El hijo contestó: Sabes, papa, estaba
pensando en guardar la mitad de la manta para cuando tú seas anciano y vayas a
vivir a mi casa.
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