viernes, 12 de junio de 2020

LA MAGIA DE DIOS

LIBERACIÓN Y PERMANENCIA

El clamor del pueblo de Israel, en la esclavitud de Egipto, fue un grito unánime al Señor: “¡LIBÉRANOS!”. La salida de Egipto fue el punto de partida para que Israel pudiera disfrutar de la tierra fértil de Canaán, tierra de abundancia de agua y pan que contrasta con su carencia en el desierto.
El desierto fue “lugar de paso” donde el pueblo sufre la prueba de la sed y el hambre; pero la mayor prueba que experimentará el pueblo de Israel será poner su confianza y esperanza, en medio de una situación difícil, en un Dios que les acompaña, que camina con ellos y que les libera.

1.- En la primera lectura  (Deuteronomio 8,2-3.14b-16ª) Moisés recuerda al pueblo lo que Dios ha hecho con ellos. Los cuarenta años en el desierto son expresión del tiempo de la prueba.
El Señor quiere conocer el corazón de su pueblo en las dificultades. Esta lectura es una invitación al pueblo para poner su confianza en Dios, creer que su palabra se cumple, que con Él la salvación y la liberación ya han llegado.
Dios ha bendecido a su pueblo y hace que los israelitas le alaben por los beneficios recibidos. Entre todos los beneficios, en esta lectura, sobresalen: la salida de Egipto, el agua de la roca, el alimento del maná y la donación de la tierra prometida en la que encontrarán la Liberación y la Vida.
Podríamos resumir la lección de esta lectura diciendo que de Dios brota la VIDA, (la fertilidad frente al desierto) la confianza en Dios tiene que ser correspondida con la alabanza y la fidelidad.

2.- El evangelio, (Juan 6,51-58) que proclama la Iglesia en este domingo, nos habla en clave de permanencia entre Cristo y el discípulo (“El que me come permanece en mí y yo en él”)
Esta permanencia designa la vida cristiana: el discípulo cristiano se define por la permanencia en la unión con Cristo (Juan 15,4-7)
Los dones sacramentales (PAN y VINO) son medio para lograr la unión con Jesús. Esta unión se realiza cuando se cumple la única exigencia impuesta al hombre: la FE en el Enviado por Dios y portador de la salvación.
El efecto principal de la Eucaristía es la unión con Cristo y se expresa con palabras de mutua permanencia: “El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él” (Jn 6,56)

Reflexión: También en nosotros existen esclavitudes que nos hacen gritar a Dios: “¡LIBÉRANOS!”. Hay tiempo de desierto y de prueba, de sed y de hambre que son oportunidades para crecer en la confianza y esperanza en un Dios que acompaña nuestros pasos y que “infunde en el corazón la certeza de que Él  conduce todo hacia el bien
Pero no nos engañemos, también el tiempo de desierto, que es “tiempo de paso”, es contemplado,  a mi modo de ver erróneamente, como tiempo en el que Dios se aleja de nosotros, para nosotros instalarnos en la actitud de “queja perenne y continua”

La liberación hay que conquistarla en el interior de cada hombre, de cada comunidad. Glorificaremos al Señor (salmo responsorial) si al mirar nuestra historia, personal y comunitaria, contemplamos, no nuestras miserias, fragilidades, miedos, oscuridades…, sino la actuación de Dios en nosotros y cómo Él nos ha ido bendiciendo con dones a lo largo de nuestra vida.

Tras la resurrección de Jesús, el Dios de la VIDA nos ofrece, el don del Espíritu Santo y la permanencia de Cristo en nosotros y de nosotros en Él, por medio de la Eucaristía. Por lo tanto, ni sus discípulos de entonces ni los de ahora nos quedamos “huérfanos”; la unión con Jesús no se rompe, sino que permanece.
La gran tentación del discípulo de Jesús es pensar que Dios nos abandona en el desierto, que nos deja solos y a merced de los avatares de la historia debido a nuestras maldades, pecados e infidelidades… y la gran virtud, que podemos vivir en este día, es que Dios permanece fiel a pesar de nuestras mediocridades, que Cristo está vivo y operante, en nosotros, por medio de la celebración del PAN y del VINO y que Dios no nos oculta su rostro, sino que permanece haciendo morada en nosotros.

Hoy, por lo tanto, te invito a contemplar las maravillas que Dios ha hecho en tu historia y a corresponderle con tu a alabanza y fidelidad. Y para ello te presento el salmo responsorial de este domingo que es una buena ayuda para este ejercicio interior.

Salmo responsorial Sal 147, R/. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz. R/

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos. R/     

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