LIBERACIÓN Y PERMANENCIA
El clamor del pueblo de Israel, en la
esclavitud de Egipto, fue un grito unánime al Señor: “¡LIBÉRANOS!”. La salida de
Egipto fue el punto de partida para que Israel pudiera disfrutar de la tierra
fértil de Canaán, tierra de abundancia de agua y pan que contrasta con su
carencia en el desierto.
El desierto fue “lugar de paso” donde el
pueblo sufre la prueba de la sed y el hambre; pero la mayor prueba que
experimentará el pueblo de Israel será poner su confianza y esperanza, en medio
de una situación difícil, en un Dios que les acompaña, que camina con ellos y que
les libera.
1.- En la primera lectura (Deuteronomio 8,2-3.14b-16ª) Moisés
recuerda al pueblo lo que Dios ha hecho con ellos. Los cuarenta años en el
desierto son expresión del tiempo de la prueba.
El Señor quiere conocer el corazón de su
pueblo en las dificultades. Esta lectura es una invitación al pueblo para poner
su confianza en Dios, creer que su palabra se cumple, que con Él la salvación y
la liberación ya han llegado.
Dios ha bendecido a su pueblo y hace que los
israelitas le alaben por los beneficios recibidos. Entre todos los beneficios,
en esta lectura, sobresalen: la salida de Egipto, el agua de la roca, el
alimento del maná y la donación de la tierra prometida en la que encontrarán la Liberación y la Vida.
Podríamos resumir la lección de esta lectura
diciendo que de Dios brota la VIDA,
(la fertilidad frente al desierto) la confianza en Dios tiene que ser
correspondida con la alabanza y la fidelidad.
2.- El evangelio, (Juan
6,51-58) que proclama la Iglesia en este domingo, nos habla en clave de permanencia entre Cristo y el discípulo
(“El que me come permanece en mí y yo en
él”)
Esta permanencia designa la vida cristiana:
el discípulo cristiano se define por la permanencia en la unión con Cristo
(Juan 15,4-7)
Los dones sacramentales (PAN y VINO) son
medio para lograr la unión con Jesús. Esta unión se realiza cuando se cumple la
única exigencia impuesta al hombre: la FE en el Enviado por Dios y portador de
la salvación.
El efecto principal de la Eucaristía es la
unión con Cristo y se expresa con palabras de mutua permanencia: “El que come mi carne y bebe mi sangre, vive
en mí y yo en él” (Jn 6,56)
Reflexión:
También en nosotros existen esclavitudes que nos hacen gritar a Dios: “¡LIBÉRANOS!”.
Hay tiempo de desierto y de prueba, de sed y de hambre que son oportunidades para crecer en la confianza y esperanza en un Dios que acompaña nuestros pasos y que
“infunde en el corazón la certeza de que
Él conduce todo hacia el bien”
Pero no nos engañemos, también el tiempo de desierto,
que es “tiempo de paso”, es contemplado, a mi modo de ver erróneamente, como tiempo en el que
Dios se aleja de nosotros, para nosotros instalarnos en la actitud de “queja perenne
y continua”
La liberación hay que conquistarla en el
interior de cada hombre, de cada comunidad. Glorificaremos al Señor (salmo responsorial) si al mirar nuestra historia, personal y
comunitaria, contemplamos, no nuestras miserias, fragilidades, miedos,
oscuridades…, sino la actuación de
Dios en nosotros y cómo Él nos ha ido bendiciendo con dones a lo largo de
nuestra vida.
Tras la resurrección de Jesús, el Dios de la
VIDA nos ofrece, el don del Espíritu Santo y la permanencia de Cristo en
nosotros y de nosotros en Él, por medio de la Eucaristía. Por lo tanto, ni sus discípulos
de entonces ni los de ahora nos quedamos “huérfanos”; la unión con Jesús no se
rompe, sino que permanece.
La gran
tentación del discípulo de Jesús es pensar que Dios nos abandona en el
desierto, que nos deja solos y a merced de los avatares de la historia debido a nuestras maldades, pecados e infidelidades… y la gran
virtud, que podemos vivir en este día, es que Dios permanece fiel a pesar
de nuestras mediocridades, que Cristo está vivo y operante, en nosotros,
por medio de la celebración del PAN y del VINO y que Dios no nos oculta su
rostro, sino que permanece haciendo morada en nosotros.
Hoy, por lo tanto, te invito a contemplar las
maravillas que Dios ha hecho en tu historia y a corresponderle con tu a alabanza
y fidelidad. Y para ello te presento el salmo responsorial de este domingo que
es una buena ayuda para este ejercicio interior.
Salmo responsorial Sal 147, R/. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu
Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus
hijos dentro de ti. R/
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con
flor de harina; él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz. R/
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y
mandatos a Israel; con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus
mandatos. R/
No hay comentarios:
Publicar un comentario