Después de veintiún siglos de Iglesia y de
celebración de la Eucaristía, puede ser necesario recordar algunos de los
rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y
vivida por las primeras generaciones cristianas.
1.- En el fondo de esa
Cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no
quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con
Él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan
solos, a merced de los avatares de la historia.
En el centro de toda comunidad
cristiana que celebra la Eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el
secreto de su fuerza.
2.- La fe de los cristianos se alimenta de Cristo. Los
discípulos somos invitados a «comer» para alimentar nuestra unión a Jesús,
necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro
corazón, y acercarnos a comulgar con Él identificándonos con su estilo de
vivir.
Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
3.- No hemos de olvidar
que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste
Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada»
por la salvación de todos.
Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con
Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea nuestro
propio interés.
4.- La Eucaristía nos
moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el
evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene
en la esperanza del reencuentro final con Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario