El miedo es definido como “la sensación de angustia provocada por la
presencia de un peligro real o imaginario”. Igualmente podría decir que
miedo es el movimiento interior que se produce ante un mal probable e
inmediato.
Creo que esta sensación de angustia todo hombre y mujer la hemos percibido a lo
largo de nuestra vida aunque se manifieste de diversas formas, tantas como
seres humanos existen.
No quiero, ni pretendo
en este articulo, definir las clases de miedos y sus consecuencias psicológicas.
Pero sí reconozco que existe miedo provocado por diversas causas como: la
soledad, lo desconocido, el futuro, la grave responsabilidad, tomar decisiones
equivocadas o a fallar en la vida; tal vez miedo al fracaso, a las malas
interpretaciones de los demás, a que te hieran o te traicionen; o miedo a tu
propia debilidad, al sufrimiento, a la enfermedad, al dolor, a la muerte... Y
miedo a la misión de apóstoles
Por último,
personalmente pienso, dado que no soy un especialista en la materia, que el
miedo tiene el poder de paralizarnos hasta el punto de no avanzar, ni echar un
pie adelante, porque quedamos en situación de: estancados en chock
Las lecturas de hoy
son toda una provocación ya que nos gritan “No tengas miedo” ¡Cuidado
no nos equivoquemos!, NO nos gritan
que eres creyente – cristiano y en tu vida no se van a dar las dificultades,
los problemas, las situaciones paralizantes, las contrariedades… SINO QUE nos
invitan a afrontar la vida con una actitud nueva que pueda vencer el miedo.
En la primera lectura (Jeremías
20,10-13) nos encontramos con el profeta inmerso en un desgarro sicológico,
ya que crece la oposición contra él. La vocación de Jeremías como anunciador de
desgracias solo le ha ocasionado burlas, oprobio y desprecio.
¿Por qué no abandona
entonces esta misión? Sencillamente porque no puede. Tan vivo es el fuego de la
presencia de Dios en su interior que no puede suprimirlo: su vida es ser
profeta.
Jeremías está viviendo
una crisis existencial, de sentido de su vida.
Sin embargo Jeremías,
en esta situación, (versículos 11-13)
hace un himno de alabanza al Señor que salva. No nos ofrece un final feliz al
momento del dolor, sino que es una expresión del momento real de crisis en el
que se encuentra, sabiendo que el Señor sondea el corazón afligido y tienes
planes de salvación.
El evangelio (Mateo 10,26-33) hay que encuadrarlo en una ambientación misionera. El “no temáis”, que parece en este texto tres veces, son palabras de consuelo que Jesús dirige a sus discípulos para que superen el miedo y la angustia que trae consigo la persecución. Va acompañada de tres motivaciones.
1) El miedo no debe impedir la proclamación abierta del mensaje que Jesús
les ha encargado anunciar, porque este mensaje será conocido por todos (versículos 26-27)
2) Lo decisivo no es que
los hombres puedan quitarles la vida, sino que arruinen la Vida definitiva. (versículo 28)
3) La última motivación se encuentra en la confianza que los discípulos
tienen que tener en Dios, a quien reconocen e invocan como Padre.
La solicitud de este Padre
llega hasta extremos insospechados y para ilustrarlo Jesús pone el ejemplo del
Padre que cuida de los pájaros más pequeños e insignificantes y que tiene
contados hasta los cabellos de los discípulos por los que ni ellos mismos se
preocupan.
Reflexión: Para afrontar la vida
sin miedos, Jesús nos ofrece, en primer lugar, la visión de Dios
como Padre que nos cuida y se ocupa de nosotros. No sólo somos
criaturas suyas, sino que tenemos los
creyentes la certeza de ser hijos de Dios.
Y esta certeza es lo
que fundamenta la misión y hace que ésta no se detenga ante las dificultades
En segundo lugar,
Jesucristo nos anima a la confianza
como el arma para vencer miedos que nos paralizan. Vuelvo a repetir lo
dicho en otros artículos de este blog, descubrir la actuación de Dios en
nosotros y cómo Él nos ha ido bendiciendo a lo largo de nuestra historia, va
ayudarnos a superar los miedos porque descubriremos que Dios está presente, nos
acompaña, camina con nosotros y nos libera.
En tercer lugar
contemplemos que Dios es pastor que apacienta, reúne, toma en brazos. Que Dios
sondea el corazón del afligido y que como una madre nos acaricia y nos sienta
en sus rodillas…
Por ello, el salmo
responsorial nos invita a la oración
y a sentir que nuestra súplica es escuchada por el Señor compasivo, fiel,
bondadoso… y Él hará revivir nuestros corazones.
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