Las lecturas, que en este domingo (XIII Tiempo Ordinario. ciclo a) la
Iglesia proclama, están ambientadas en un contexto de “misión”. Las palabras
que se nos ofrecen debemos aplicarlas a todos los miembros de la comunidad
cristiana, no sólo a los apóstoles, porque la tarea de anunciar el evangelio
pertenece a toda la comunidad.
Sería un grave error que pensáramos que
nuestra actitud de bautizados es pasiva, es decir esperar de brazos cruzados a
qué otros, especialmente los sacerdotes y/o religios@s, nos anuncien la Buena Noticia del Reino sin
nosotros mover un dedo.
Más bien, entandamos que, desde el bautismo, somos elegidos por Jesús para ser profetas, apóstoles y misioneros de su propio mensaje en donde nos encontremos y con los carismas que poseemos.
Más bien, entandamos que, desde el bautismo, somos elegidos por Jesús para ser profetas, apóstoles y misioneros de su propio mensaje en donde nos encontremos y con los carismas que poseemos.
Padres y madres, hij@s, matrimonios, abuelos
y jóvenes, sacerdotes y seglares…. Todos somos “discípulos misioneros” en los
ambientes de familia, trabajos, colegio – institutos, amistades…
Sólo se nos pedirá encontrarnos con Jesús y
con la alegría que proporciona su mensaje para ser “PROFETA no de desventuras sino testigo y heraldo de alegría. Una
alegría que hay que compartir con los demás; una alegría contagiosa que hace
menos fatigoso el camino de la vida” (Papa
Francisco Ángelus 17 diciembre 2017)
En la primera lectura de
este domingo (2ª Reyes 4, 8,11.14-16) encontramos
al profeta Eliseo, carismático y milagrero, en el que se cumple la antigua ley
de la hospitalidad, que consistía en acoger en casa a los “hombres de Dios” y
que ocho siglos más tarde lo recogerá san Mateo en su evangelio capítulo 10: “El que recibe a un profeta por ser profeta
tendrá paga de profeta...”
El evangelio (Mateo 10,37-42) tiene dos partes
bien diferenciadas.
a) La primera de ellas (versículos 37-39) nos habla de las
exigencias para ser apóstol. Lo hace bajo la frase “no es digno de mi” que es manifestada tres veces a modo de
estribillo.
Se plantea la alternativa de tener que elegir
entre Jesús y la propia familia, las propias seguridades y nuestros propios
valores. Son exigencias dolorosas y arriesgadas porque se nos invita a imitar
la entrega de Jesús para poder alcanzar así una vida en plenitud.
“Tomar la cruz y seguirle” simboliza el comprender el seguimiento del Maestro
como un camino de unión con Jesús que lleva incluso a participar de su entrega
pascual. Y para ello tendremos la exigencia de cambiar nuestra escala de
valores
b) La segunda parte del
evangelio (versículos 40-42) se
refiere a la recompensa que obtendrán los que reciben a Jesús y a sus
mensajeros. Lo engloba en cuatro grupos de personas: apóstoles, profetas,
justos y pequeños. A través de ellos podemos descubrir las personas que
formaban la comunidad de Mateo.
Apóstoles: son los mensajeros
del evangelio que continuaban la misión de Jesús. No solo enviados del Señor
sino sus representantes, ya que quien los recibe a ellos recibe a Jesús.
Profetas: eran los que
ejercían la misión itinerante de predicar.
Justos: designaba
probablemente a los cristianos procedentes del judaísmo que vivían en el seno
de la Iglesia su fidelidad a la ley de Moisés.
Pequeños: podría designar al
grupo de discípulos en procesos de maduración, débiles en la fe y fáciles de
escandalizar
Reflexión:
Los enviados a la misión, no sólo son los apóstoles, sino también los profetas,
justos y pequeños que forman la comunidad. No restrinjamos a los curas y monjas
de nuestra Iglesia la misión de enseñar y proclamar el mensaje de Cristo. La
tarea y misión, que es de todos los que formamos la comunidad, es la misión de
Jesús que tiene como fundamento la entrega generosa.
Todos somos discípulos porque todos somos Iglesia.
Ahora bien, discípulos que asumimos la exigencia de ser “otros cristos en el
mundo”.
No anunciamos dogmas, ni vidas de santos, ni
milagros… sino que anunciamos a Jesús y lo hacemos enviados por Él.
Ahora bien,
para anunciar al Señor hay que identificarnos con Él. Dice un proverbio rabínico: “el enviado de un hombre es como si fuera el
mismo”, pero recordemos que no somos nosotros la luz, sino mensajeros de la
luz.
Os invito a meditar estos puntos:
ü
Jesús
nos ha visitado y redimido con una fuerza de salvación que nos libera desde la
misericordia.
ü
La
liberación que nos ofrece Jesús nos debe llevar a anunciarla a todos los
pueblos, preparando su camino.
ü
Jesús
es el sol que ilumina nuestras sombras y nos guía.
Leemos en el evangelio de hoy: “el que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mi” A mi modo de ver, y es una visión personal mía, no se nos invita a abandonar nuestra familia sino a tener disponibilidad para elegir el seguimiento de Jesús, por encima del grupo social que da sentido a los individuos (Así era entendida la familia en tiempos de Jesús) No busquemos en estas palabras de Jesús justificación a nuestras conveniencias (Santy)
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