Foto: Imagen que preside el altar mayor
de la Parroquia Beata María de Jesús
Si nos detenemos en la oración del "Padre Nuestro", nos iremos acercando a la contemplación de un Dios Padre, cercano, que habita en el
corazón del ser humano y que cuenta con nosotros para hacer un mundo más
humano, fraterno y misericordioso.
El 14 de septiembre, celebramos un día grande en la Iglesia, un
acontecimiento de alegría y festivo, en donde miramos a Jesús, Aquel que amó
hasta el extremo, que siendo Dios se humilló, se hizo pequeño, se hizo hombre,
cargó con la cruz de nuestras dolencias y que nos ofrece la oportunidad de
sentirnos amados, NO por un Dios
ausente y lejano de nuestras vidas, sino por un Padre tierno y misericordioso.
Este Padre, siempre ha estado atento al ser
humano. Ha sido fiel a la Alianza que realizó con el pueblo de Israel y hoy es
fiel a ti y a mí, al pacto de cariño que selló con la vida de su propio Hijo, quien murió en una cruz, por amor, con nuestras debilidades, con nuestras
vidas.
Contemplando a Jesús en la cruz debemos
repetirnos, en el corazón, aquella expresión de San Pablo: “Me amó hasta entregarse por mí”. No sólo nos dio el Maestro cosas
tan importantes como su palabra, su mensaje, sus milagros, su ejemplo de vida… sino
que, además se dio así mismo, no se reservó nada para Él, nos dio su propia
vida, se entregó, perdonando, por amigos y enemigos. No hay amor más grande que
el que nos presenta la cruz, porque contemplamos hasta qué punto Dios nos ama…
La fiesta de la "exaltación de la cruz" en la que contemplamos a Jesús roto, crucificado, con los brazos extendidos,
entregado hasta la muerte por nosotros… es la fiesta de la locura del
Amor con mayúsculas.
Cristian@s, esta imagen de Jesús, que está presente en nuestros templos y de miles de maneras en
nuestras vidas, a la que tenemos devoción y cariño, nos recuerda: que la pasión no ha
terminado sino que continua, que Cristo sigue sufriendo en los que sufren, que
Jesús sigue muriendo en cruces injustas, que el Maestro está clavado de pies y
manos en el dolor de los que son oprimidos y menospreciados, que Cristo
continua su agonía en los enfermos, en los que padecen en su cuerpo o en su
espíritu, en los que lloran, en los descartados y excluidos, en los
perseguidos, en los migrantes, en los encarcelados...
Amig@s, esta fiesta, es oportunidad que se nos ofrece a todos
para crecer en el seguimiento de los valores de Jesús. Oportunidad de hacer
vida cada una de las bienaventuranzas y oportunidad para implicarnos en la
imitación de Jesús, por medio del mandamiento del amor que Él nos dejó como
único testamento y herencia.
Salgamos de nuestras comodidades, al menos
con la convicción de que el Señor nos invita a ser su “rostro en medio del mundo”. Rostros en nuestras casas, calles y
plazas. Rostros en nuestros ambientes, lugares de trabajo y tiempos de ocio.
Salgamos al mundo con la ilusión de que
estamos llamados a poner en práctica la Buena Noticia del Evangelio y hacer de la realidad de
nuestra vida un lugar donde reine el amor fraterno.
No escondamos ni nuestra fe ni nuestros
sentimientos en frías paredes de los templos. Estamos invitados a cosas más grandes
e importantes. No nos conformemos con las migajas que caen de la mesa, ni con
las minucias sino que acudamos a lo que verdaderamente nos alimenta.
El Señor te ama y te quiere, con todas tus
imperfecciones, para que seas su discípulo misionero. No tengas miedo, Él te
coge de la mano y te acompaña. Di SI a Cristo
La cruz que Cristo carga en sus hombros, no
es sombra sino que es luz, vida y victoria. Esa cruz es nuestro signo de
sencillez y salvación, de amor sin reservas, de acogida y de compromiso. Esa
cruz es el libro del amor más grande. Abraza la cruz de Jesús.
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