La expresión “echar leña al fuego” seguro que sí que la has oído en más de
una ocasión. “Echar más leña al fuego” quiere decir que, ante una situación
complicada o conflictiva, se está influyendo a que el problema se avive y
continúe creciendo. De la misma manera que si literalmente echamos leña a un
fuego, conseguimos que no llegue a
apagarse nunca, porque avivamos la llama con la leña que echamos, aunque el rescoldo sea minúsculo.
Si ante el “fuego” de
un conflicto o discordia, añadimos la “leña” del
rencor y la ira el resultado puede desembocar en venganza y la situación
conflictiva no se apagará sino que se avivará y crecerá.
El refrán castellano nos dice “poca agua basta para apagar gran ascua” Sólo el “agua” del perdón apagará
las brasas de la discordia. Y ese agua está en las manos del ser humano, ya que
tenemos, desde nuestra libertad, la posibilidad de perdonar.
La primera lectura de
este domingo XXIV del Tiempo Ordinario, (ciclo A) extraída del libro del Eclesiástico
27,33 - 28,9 nos muestra, en primer lugar, que la llamada al perdón de
las ofensas no es una peculiaridad cristiana, ya que al menos dos siglos antes
de Jesús se vivía en el judaísmo, relacionando perdón humano y perdón
divino (¿Cómo
puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? Si no se
compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados? Si él,
simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados?)
Esta lectura nos muestra que, frente a los
agravios recibidos, no es la actitud correcta la ira, el rencor y la venganza, que avivarían el fuego del conflicto, sino que la respuesta debe ser perdonar, olvidar y orar, para sofocar el incendio producido.
El autor de este texto, argumenta el perdón desde
una peculiar teología, que invita a olvidar las ofensas desde el pensar en el
final (la muerte), desde la urgencia de cumplir los mandamientos y desde la memoria
de la “Alianza del Altísimo”.
El evangelio (Mateo 18,21-35) nos presenta una
parábola que es conocida, en ella originariamente se nos habla de la
misericordia de Dios, pero en este evangelista está fundamentada a orientar el
perdón cristiano, como se ve en la conclusión: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre Celestial sino perdona de corazón a
su hermano”
El rey de la parábola representa a Dios
Padre, que con amor infinito perdona, cancelando toda la deuda. Ahora bien es
un perdón condicionado, ya que quien no sea capaz de perdonar a su hermano, no
será perdonado.
San Mateo conoce la importancia del perdón
para la vida comunitaria y nos revela el profundo significado de este gesto. Es
decir, el perdón en la comunidad debe ser ilimitado, como es el perdón de Dios
para con nosotros, los discípulos de ayer y de hoy.
Quien haya experimentado la misericordia del
Padre, no puede andar con una calculadora echando cuentas de cuánto debe
perdonar y a quien debe acoger.
Reflexión:
Las ofensas nos enfrentan con los miembros de nuestra comunidad y amenazan
rompiendo la armonía. La propuesta evangélica es no poner límites al perdón.
Perdonar no es empresa fácil, pero sí es
requisito indispensable para la vida de discípulo-misionero, ya que Dios nos
llama e invita a la misión de ser instrumentos de su amor y perdón.
El perdón verdadero e ilimitado, ausente de
ira, rencor y venganza, que propone las lecturas de este domingo, surge de la vivencia
de la actitud de humildad y del reconocimiento de haber sido perdonado con
anterioridad por el Padre.
Odiando, matamos nuestro interior. El deseo
de venganza significa que se quiere superar al otro en hacer el mal y esto en
vez de sanar empeora cualquier situación que se te ofrezca.
Por último, te pediría que tuvieras presente
la oración del Padre Nuestro, en ella pedimos a Dios que nos perdone como
nosotros perdonamos a quien nos ha ofendido…
¡Menos mal que Dios no nos hace
mucho caso en esta petición concreta…!
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