“Persona
que vigila y está en observación”, así podríamos definir la palabra “centinela”. Con ella describimos la función que tiene
una persona que ejerce el encargo de “estar en guardia”, “estar atento” a los
acontecimientos que se dan en su entorno, bien sea la familia, los amigos y la
comunidad humana o espiritual a la que pertenece.
Ahora bien, restringiríamos mucho la labor
del centinela si sólo le daríamos una función sancionadora, de la misma manera que
si a un guardia de tráfico sólo le otorgáramos la función de multar olvidándonos
de otras labores que realiza (regular el
tráfico para que sea más fluido, atención a accidentes, ofrecer información,
avisar de peligros…) buscando el bien del individuo y de la comunidad.
Centinelas somos todos, cada uno desde el
lugar que ocupa. Los padres son centinelas del hogar, las amistades son
centinelas de los propios amigos, los ciudadanos somos centinelas de la
comunidad que es cercana, los gobiernos y legisladores son centinelas de un
territorio, país, comunidad, provincia y localidad… Y… en lo espiritual, el
evangelio de hoy, nos propone que todos somos centinelas de nuestros herman@s
que forman nuestra comunidad de fe.
La primera lectura del
profeta Ezequiel 33,7-9 pone de
manifiesto que ser centinela es una de las características de los verdaderos
profetas, quienes están atentos y en vigía a la Palabra de Dios leyendo los
acontecimientos de la historia para iluminarlos a través de esta Palabra Divina
que anuncian.
Pero la imagen del centinela también evoca “la urgencia
y el peligro”, porque el profeta aparece en los momentos más difíciles
y dramáticos, en los periodos de crisis del pueblo.
Igualmente, dentro de las funciones del
centinela está la de “advertir al que obra mal” para que
desande el camino de la maldad y opte por el bien. “Conducir a la conversión“
se convierte en papel fundamental del profeta-centinela, porque en la vida del
hombre y de la mujer la vuelta, el retorno y la conversión siempre es posible.
Ezequiel es ese centinela que proclamará el
deseo eficaz de Dios de que el pueblo de Israel no muera a causa de sus
pecados, sino que viva.
El evangelio (Mateo
18,15-20) trata el tema la corrección fraterna, fruto de la misericordia.
El Señor invita a sus discípulos que surja en ellos la preocupación por el
“otro”, no sólo a nivel humano y corporal sino también espiritual e interior.
Es aplicar la parábola de la oveja perdida a un hermano que se ha separado de
la comunidad y usar el amor y el respeto como recurso para que vuelva.
Reflexión:
Como hemos recordado en este artículo, nuestra misión de centinela es mayor que
la de ser un mero censor. Nuestra labor es buscando la conversión, el bien de
quienes conviven con nosotros.
Nuestra actitud debe ser como la de quien
cose o remienda un agujero en un tejido, donde la delicadeza y la ternura no
pueden estar ausentes.
Os ofrezco algunas claves, extraídas de diversos
escritos del Papa Francisco, para realizar bien nuestra misión de centinelas,
para hacer bien una corrección a un herman@:
1.- La corrección
fraterna debe estar presidia por la caridad y la
humildad, no dejando lugar a la hipocresía y a las habladurías. “Llevarlo a parte” es usar la mansedumbre
y hablar, no imponer. Si no se dieran estas características la corrección
fraterna seria como «hacer una operación quirúrgica sin
anestesia», con la consecuencia de que el enfermo moriría de dolor.
2.- Este servicio al
otro requiere, ante todo, reconocerse pecador y
no erigirse en juez
3.- Hablar de la verdad, jamás decir una cosa falsa, ni
fruto del rumor. Porque «las
habladurías hieren, son bofetadas a la buena fama de una persona, son bofetadas
al corazón de una persona».
4.- Corrección «con
humildad». Es bueno tener
presente, que «si debes corregir un defecto pequeño, piensa que tú tienes
tantos más grandes». El Señor lo dice con eficacia: saca primero la viga de tu
ojo, y entonces podrás ver bien para sacar la mota que hay en el ojo del otro.
Sólo así «no serás ciego» y «verás bien» para ayudar de verdad al hermano. Por
eso es indispensable «la humildad» para reconocer que «yo soy más pecador que
él, más pecador que ella». Luego, «debo ayudarlos a él y a ella a corregir
este» defecto.
Personalmente
creo que «si
tú no eres capaz de hacer la corrección fraterna con amor, con caridad, en la
verdad y con humildad, ofenderás, harás un daño al corazón de esa persona:
harás un crítica más que hiere y te convertirás en un ciego hipócrita»… Si no
se dan estas características mejor no hagas de centinela.
Te dejo un vídeo, en esta dirección de Internet, donde el Papa Francisco te habla del tema de la corrección:
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