jueves, 17 de septiembre de 2020

NO ES DERECHO ES REGALO


Imaginemos, que el día de nuestro cumpleaños pensáramos que un amigo de toda la vida tiene la obligación de hacernos un regalo especial, si no nos lo hace sentiríamos que hemos sido tratados injustamente porque nos creemos en el “derecho” de recibir ese detalle ya que somos amigos desde hace mucho tiempo.

Y si ese amigo de toda la vida nos hiciera el mismo regalo que a otra persona que es amigo desde hace unos días sentiríamos envidia porque pensamos que tenemos “más derecho” a recibir un regalo especial que aquel que ha sido amigo desde hace un momento.

Muchas veces en nuestras relaciones humanas y vida social confundimos lo que nos corresponde por derecho y lo que recibimos por pura generosidad. Y esto también ocurre en nuestras relaciones espirituales. Pensamos que Dios nos tiene que tratar de manera especial porque “somos cristianos de toda la vida” y nos asiste el derecho. Cuando vemos que Dios ofrece su cariño a todos por igual y que en Él no hay acepción de personas, nos sentimos tratados injustamente y surge en nosotros la envidia y la queja.

Tenemos un problema serio cuando el argumento que mantenemos en nuestras relaciones con Dios y los hermanos se basa en el derecho y no en la generosidad.

Cuando creemos que Dios tiene que practicar la bondad y justicia con nosotros, antes que con el prójimo porque nos avala el bien que realizamos, las obras de caridad, las horas de oración, la cantidad de Misas, el perfecto cumplimiento de normas y mandamientos y el tiempo infinito de cristiano bautizados, desde la tierna infancia,… nos lo tendríamos que hacer mirar bien porque algo nos está fallando en el “salpicadero del corazón”

Cuando “amarramos y sujetamos” a Dios bajo nuestros códigos de normas o leyes, y no le dejamos ser Padre, rico en misericordia, algún fusible se ha fundido en el interior. Por ello no es de extrañar que Isaías, en la primera lectura de este domingo (Is 55,6-9) ponga en boca de Dios estas palabras: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Cuanto dista el cielo de la tierra así distan mis caminos de los vuestros, mis planes de los vuestros”

Jesús, en el evangelio, (Mateo 20, 1-16) por medio de una parábola, responde a las críticas que le hacían sus adversarios por su cercanía a los pecadores y explica su comportamiento remitiéndose a la misericordia de Dios Padre. Dios, viene a decir Jesús, es un patrón que se comporta de forma muy distinta a como lo hacen los patronos humanos, pues brilla en Él la generosidad y su oferta de gracia es puro don.

Igualmente, con este evangelio, Mateo explica a su comunidad que la entrada en ella de los paganos, llegados más tarde que los cristianos de origen judío, tienen, en la Iglesia, el mismo valor, porque el Reino bajo el patronazgo de Dios es regalo inmerecido igual para todos.

Reflexión: El Reino de Dios trae consigo un cambio: “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” Este modo de proceder de Dios, no es nuestro modo, porque Dios rige el Reino de los Cielos desde la generosidad y no desde nuestra justicia.

Al igual que los obreros contratados a primera hora de la mañana, nosotros nos sentimos discriminados al recibir lo mismo que los contratados al final el día. Y es que aplicamos a Dios nuestros conceptos y no le dejamos ser Padre que ama.

Nota la semejanza entre el hijo de la parábola del Padre Bueno, que al volver del campo encuentra que su padre ha hecho una fiesta al hermano que se había marchado de casa, y los contratados a primera hora de la mañana. En ambas parábolas Jesús nos  está pidiendo que dejemos a Dios ser Dios y que aceptemos, desde el corazón, el proceder de Dios, aunque  no sea nuestro proceder.

Creo que hoy podríamos meditar si nuestros caminos son los caminos de Dios y si nuestros planes son los planes de Dios. Como hij@s que hemos recibido el regalo de la pertenencia al Reino, debe alegrarnos que otros herman@s reciban el mismo regalo. Si nos movemos por envidias y no por la alegría del bien espiritual del prójimo, sea quien sea, difícilmente estaremos en el mismo camino de Dios.

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