ADVIENTO. Tiempo de espera, de esperanza... A menudo lo percibimos desde nuestras propias expectativas. Qué espero yo... de mí mismo, de los otros, de la vida, de Dios… Pero puede ser sugerente meditar desde lo que espera Dios... ¿Qué desea, qué quiere, qué anhela Dios para venir así, pequeño y desvalido? ¿Qué espera de este mundo y de mí, de ti? Su esperanza es ruego y propuesta, llamada y mensaje.
Adviento también es tiempo de esperanza para Dios, tiempo de soñarnos, de hacer en lo más profundo de cada uno, que Dios encuentre sitio y entrega para disponer de nuestro ser como un alfarero toma el barro a su antojo entre las manos, lo piensa, lo da forma, lo cuida,... En silencio, cierro los ojos y me dejo abrazar por Él, siento su presencia constante, su aliento cálido, su amor incondicional. Nada temo ya.
Dios espera en tu alegría. Esperar en esa alegría profunda que ensancha un poquito el corazón, que permite caminar cerrando los ojos y sujetando la mano de alguien, confiando plenamente; esperar en esa alegría que invita a ser feliz observando un paisaje, viviendo un momento mágico de amistad, escuchando entre la multitud una voz inesperada...
¿Mi adviento va a cambiarme de alguna manera,
a convertirme, va a empujarme a hacer, a ofrecer mis manos, mi voz, mi
tiempo,... para trabajar sin barreras, para gritar sin miedo, para construir
Reino, para amar sin medida, sin límites, sin condiciones?
Esperar sabiendo que llevo a Dios dentro de mí, que me ama, que me envía a anunciar lo más profundo del evangelio, lo que a mí me cambia, lo que a mí me hace verdaderamente feliz. Quiero ser feliz y acoger, no juzgar, entregar, no vender, esperar, no pasar, esperar, no parar
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