martes, 10 de mayo de 2022

LA ATMÓSFERA DEL AMOR

 

Me viene a la memoria "Arenita" una talentosa ardilla que se mudó a Fondo de Bikini en el Océano Pacífico por su trabajo de experimentar bajo el agua. Ella, en los dibujos de Bob Esponja, es el único personaje que no pertenece al mundo marino, por lo que su vida es todo un reto: vivir en las profundidades del mar con solo la ayuda de un casco de oxígeno. Arenita no puede vivir sin ese casco, le faltaría el oxígeno y por ello la fuerza para realizar su misión.

¡Qué difícil es expresar y poner por escrito lo que bulle en el interior y más cuando hablamos de sentimientos! Las palabras no llegan a interpretar con fidelidad lo que se hace presente y vive en lo profundo de cada ser humano. Esto me ocurre con palabras como amor, sería muy fácil resumirla en acciones concretas, pero más allá de ellas, el amor, que a los seguidores de Jesús se nos propone, es como una especie de atmosfera en la que debe respirar el creyente y donde se halla la fuerza para ser imitadores de lo que el Maestro fue con sus discípulos.

Las lecturas de este domingo quinto del tiempo de Pascua (ciclo c) rezuman por sus poros esa atmósfera que debemos de respirar los que creemos en Jesús Resucitado. Sólo inmersos en la atmosfera del amor podremos ser para nuestros semejantes lo que Jesús, principalmente, fue para sus discípulos. Sin respirar el mismo oxigeno que respiró Jesús nos va a ser complicado comprender el mandamiento nuevo y practicarlo en toda su dimensión.

La primera lectura (Hechos de los Apóstoles 14,21b-27) nos sitúa en el final de la primera misión de Pablo, refiriéndonos cómo vuelve sobre sus pasos con Bernabé por las ciudades de Listra, Iconio y Antioquia. Al pasar de nuevo por estas ciudades alientan, apoyan y reafirman a los nuevos cristianos, les exhortan a perseverar en la fe y les invitan a resistir en las dificultades. Son los rasgos típicos de la vida de las primeras comunidades cristianas: Consuelo (“animando a los discípulos”) Apoyo mutuo (“exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”)  y Oración (“oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído)

Concluye esta primera misión de Pablo y Bernabé con su vuelta a Antioquia de donde había partido. Han llevado a cabo su misión encomendados a la gracia de Dios, reconociendo que no ha sido obra puramente humana, sino del Espíritu que fue quien les envió (Hechos 13,2-3) les acompañó y les guió. El auténtico actor de la conversión de los gentiles es el Señor.

El amor mutuo (“que os améis unos a otros”) es la esencia del discipulado y su única manifestación autentica, así nos lo expresa el evangelio de este domingo (Juan 13,31-33a.34-35) A la novedad del mandamiento del amor contribuye su causa: los discípulos deben amarse porque ellos fueron amados primero por Jesús de forma incondicional y hasta el final. Sólo quien es amado y se siente amado es capaz de amar. Este amor de Jesús es el fundamento del amor fraterno.

El texto invita a contemplar el modo de amar (“como yo os he amado”) Jesús amó con entrega total, así debe ser el amor entre los discípulos. No es simplemente un amor altruista y humanitario sino la continuación de la obra de Jesús. El amor mutuo debe manifestar el amor que Dios tiene a los hombres.

Reflexión: En nuestro caminar gozoso, en este tiempo de Pascua, no pasemos sin experimentar que la comunidad de fe nos arropa en la actividad misionera. Me gustaría que vivieras la experiencia de respirar el mismo aire de Pablo y Bernabé, un aire de apertura, de “puerta abierta de la fe” y de mirada optimista aunque existan dificultades. Vive en la satisfacción de que Dios sigue rompiendo los cerrojos que impiden la comunión con Él. Anuncia la Palabra, pulverizando los mapas y fronteras de todo tipo, y déjala que se plasme en tu corazón y que te transforme.

Para ello vuelve continuamente al acta fundacional de la comunidad, de la Iglesia, que fue promulgada por Jesús: EL AMOR. Jesús se marcha, comienza su despedida, los discípulos quedamos, por ello nos ofrece su estatuto y su identidad, su mandamiento nuevo. La norma para nosotros, los discípulos de todos los tiempos, es clara: que nuestro proceder sea el proceder del Maestro, que el ser como Él sea nuestro punto de referencia: “como yo os he amado”

El amor será para siempre el signo distintivo de la comunidad. Los discípulos de Jesús no aprendemos, ni nos movemos en este mundo por meras doctrinas, mandamientos o prohibiciones, sino por una forma de ser. Necesitamos vivir en la atmosfera del amor, tanto como “Arenita” bajo su casco, para ser “Cristos”. Imposible realizar nuestra misión de ser para nuestros semejantes lo que Jesús fue con sus discípulos, si no respiramos el mismo oxígeno.

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