4º domingo de Adviento
No es extraño que busquemos en “google” el significado de nuestro nombre. Allí podrás encontrar todas las posibles variantes para que elijas la que más te guste o ninguna. Por ejemplo, si buscas el significado de Santiago, google te dirá que en Hebreo significa: “El que sostiene por el talón” o “sostenido por el talón”. Y si afinas más y preguntas por el significado de Santi google te dice que para algunos filólogos es un nombre teofórico en el sentido de “Dios protege”… no sé qué decirte, pero no hagas mucho caso, porque si sigues buscando en otras páginas dice que Santiago o Santi o Santy significa "Recompensado por Dios" o bien "El que cambia", dependiendo de la cultura…. Aunque lo que más me mola es cuando google me ha dicho que: “lo sentimos, pero no hemos encontrado ningún significado para este nombre”
Vivimos el cuarto domingo de adviento (ciclo a) y encuentro que el evangelista Mateo muestra el significado del nombre de Jesús adelantando así cuál es su misión. Como en google tiene dos variantes una de ellas referida a Jesús y otra a “Emmanuel”… ahora comprendo porque una de mis comadres cuando se refiere a Jesús le nombre cariñosamente como “Manolito”
Si te adentras en el evangelio de este domingo (Mateo 1,18-24) te darás cuenta que el fragmento no intenta darnos a conocer detalladamente el nacimiento de Jesús sino, más bien, adelantarnos el alcance salvífico de la misión del Maestro, es decir su verdadero ser. El nombre de Jesús envuelve toda la narración y nos aclara que se le pondrá por nombre Jesús que significa Dios salva y que su misión será “salvar a su pueblo de los pecados”
Igualmente al citar el evangelista a Isaías 7,14; Mateo subraya el nombre del niño que nacerá: “Emmanuel, que significa Dios con nosotros”. Se reafirma así la certeza que tienen los destinatarios de este evangelio que, en Jesús, Dios se hace y se ha hecho cercano.
Con dos pinceladas Mateo nos ha presentado en unos pocos versículos a Jesús como Mesías prometido, Hijo de Dios a través de la acción del Espíritu en María, Salvador y presencia cercana de Dios entre nosotros. Divinidad, mesianismo, misión… todas las promesas que Dios había hecho a su pueblo y habían sido anunciadas por los profetas en Jesús se hacen realidad.
Todo el mensaje del evangelio entero y de este texto concreto, que nos presenta la liturgia en este domingo, tiene un mensaje que nos llena de esperanza y alegría: Dios está cerca, Dios está con nosotros. Dios está allí donde tú te encuentres, muy cerca de ti, con tal que te abras al Espíritu como lo hizo María. Ese Dios lejano al cual parece que no teníamos acceso se hace humano y su cercanía te envuelve… por ello en cada uno de nosotros puede nacer Dios, en cada uno de nosotros puede acontecer una verdadera Navidad.
Reflexión: A mí me pusieron el nombre de mi abuelo materno y mi hermano mayor lleva el nombre heredado de mi padre… No había más roturas de cabeza. Y si no se tiraba de calendario y si habías nacido el 26 de julio pues tenías muchas posibilidades de llamarte Ana y si eras del 21 de enero, Fructuoso. Sin embargo para la mentalidad semita el nombre no es algo indiferente y casual, sino que expresa el ser mismo de la persona, su misión, su destino. Por ello los primeros cristianos descubrieron en el nombre arameo de Jesús (Yeh-shu-ah: “Yahveh salva”) el contenido profundo de su vida y misión.
Te invito que, desde el nombre que a José se le indica que ponga a su hijo, consideres por un lado que a Dios le interesas y que se preocupa por “salvarte” de tus esclavitudes y por otro lado siente que tu nombre está inscrito en el corazón de este Dios Amor que quiere compartir contigo tu vida. Si realmente crees en la Navidad, más allá de fiestas, regalos, comidas, champagne… considera que para Dios no eres una pieza de repuesto o un simple número. Eres irrepetible, único e insustituible. Te conoce y te llama por tu propio nombre.
Ser cristiano es descubrir con gozo que “Dios está con nosotros”, que Dios está y es en el corazón de nuestra historia personal y comunitaria, que comparte nuestros problemas y aspiraciones, que convive contigo y conmigo, que no caminamos solos, que es “Emmanuel”, que no es un tipo lejano y extraño… Él es quien sostiene nuestra existencia y en ello volcamos nuestra esperanza del adviento y nuestra alegría verdadera-autentica de la navidad.
Aunque han cambiado profundamente entre nosotros los criterios para elegir los nombres que llevan nuestros hijos, dos cosas siguen siendo ciertas. La primera es que Dios te quiere a rabiar y la segunda que por muy locos que sean los nombres que ponemos a nuestros hijos a nadie se le ocurre llamarles Caín u Holofernes. Aún no hemos perdido el norte del todo.
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