miércoles, 3 de mayo de 2023

VIVIR EN CAMINO

 

Domingo Quinto de Pascua.

El problema de algunas personas no es vivir extraviadas, desencaminadas o perdidas, sino algo más trágico: vivir sin camino. Seguro que, alguna vez, te has topado con gente que no van a ninguna parte, que viven siempre en torno a sí mismas y a sus pequeños intereses. Viven en la más auténtica repetición y no conocen lo que significa renovarse y crecer. Van añadiendo años a su vida pero no saben infundir vida a sus años.

Creo que es una experiencia vital, preciosa el extraviarse y reencontrase, porque si tu vida se resume en andar y desandar siempre el mismo camino, no conocerás la alegría, ni tendrás experiencia, de lo que es volver al camino que te proporciona una dirección y un horizonte. Quien tiene un camino tiene una meta. Quien tiene una meta tiene experiencia de saberse guiado, sostenido y orientado.

Vivir no es simplemente dejar pasar los días del calendario, no es un simple “ir tirando para adelante”. Para mí, y no quiero decir que sea dogma, vivir es descubrir la manera más acertada, más humana y plena de enfrentarse a la existencia con profundidad y radicalidad, aunque esta existencia se nos presente en ocasiones oscura, difícil, contradictoria y enigmática.

En este Domingo cuarto de Pascua (ciclo a), las lecturas nos enseñan a descubrir que Cristo es un camino que hay que recorrer. Para el seguidor de Jesús, es el único camino para vivir intensamente, en plenitud y de forma apasionada. Las primeras comunidades comprendieron que Jesús significaba «camino verdad y la vida» que conduce al Padre.

El evangelio (Juan 14,1-12) es una perícopa que pertenece al llamado “discurso de despedida”. Este discurso gira en torno a dos verbos. Por una lado “me voy” que indica el lugar hacia el que va y el camino para llegar a esa meta. El Padre es la meta y el camino el propio Cristo. Por otro “vuelvo” que pone de manifiesto la presencia de Dios y de Jesús en el creyente, y por ello la orfandad de los discípulos no está contemplada en el Maestro. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.”

Dos preguntas surgen antes estos verbos. La primera de ellas la realiza Tomás: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» La segunda, Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» Ambas preguntas son funcionales porque lo verdaderamente importante es la respuesta del Maestro. Son preguntas con la clara intención, no de mostrar la ignorancia de quien la realiza, sino la necesidad que tenemos todos de escuchar la respuesta del Señor.

A la primera pregunta responde Jesús, presentándose a sí mismo como el camino, el medio único para llegar al Padre. «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre». Por otro lado, en la pregunta de Felipe se halla latente el deseo de todo cristiano, Jesús responde manifestando quién es Él, la revelación del Padre, el rostro de Dios. (“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”)

Muchas veces, ante nuestras preguntas, dudas, y anhelos podemos encontrarnos con la respuesta que Jesús dio a sus discípulos, especialmente dirigida a Felipe «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?»

Reflexión: Los caminos de Dios no siempre son nuestros caminos. Hay veces que parece que, como Tomás, necesitamos indicaciones geográficas precisas, como si el camino a Dios fuera una senda física y no espiritual. Otras veces pensamos, como Felipe, que toda duda se disiparía y todo problema se aclararía si tuviéramos una visión luminosa de Dios.

Jesús nos hace entender, con las palabras de este pasaje, que lo que nos falta, en nuestro camino, es fe y conocimiento profundo del Maestro. No necesitamos visiones espectaculares de Dios, sino una fe capaz de mostrar las maravillas del Padre, una fe en Jesús y en sus obras, que manifiesten al mundo la presencia de Dios vivo en Jesús y en nosotros.

Se muestra que ser cristiano es, antes que nada, creer en Jesús. (“Creed en Dios y creed también en mí”)  Lo decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo por encima de todo credo, rito y moral. Descubrir, por experiencia personal, que Jesús es fuerza, luz, alegría, vida y camino significa un antes y después en nuestra existencia. Poder decir, sin palabrerías, que el Señor es el camino, la verdad y la vida da un giro de 360 grados a nuestro caminar. 

Ya no tiene sentido andar en círculo como un “tiovivo”  cuando la belleza de ser cristiano es descubrir el camino y la meta.

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