miércoles, 4 de octubre de 2023

DESENMASCARAR

 

Tiempo Ordinario. Domingo XXVII

Algunas sorpresas nos hemos llevado y otras muchas hemos dado, cuando, o bien hemos desenmascarado a alguna persona, o bien a nosotros nos han quitado la máscara con la que vivíamos. Sí amig@s, tras los antifaces y disfraces que procuran esconder, tapar y ocultar, se descubre la verdadera manera de ser de una persona y se dan a conocer sus auténticos propósitos, intenciones, sentimientos... Existen personas que son “lobos con piel de cordero” que actúan con la astucia de alguien que quiere esconder lo que es, y se sirven de una falsa bondad y ternura para ocultar que realmente son unos depredadores.

En este domingo XXVII del Tiempo Ordinario (ciclo a) la Palabra de Dios nos pone frente a la historia del pueblo de Israel y frente a nuestra propia historia, nuestra Iglesia y nuestra comunidad. Nos desenmascara sacando a la luz nuestra verdadera persona que, en muchas ocasiones, está cubierta por un antifaz, y nos revela cómo Dios ama su “viña” que fue plantada y mimada para que diera fruto abundante y cómo ella (la viña) dio agrazones.

La primera lectura (Isaías 5,1-7) es una canción poética que describe de forma lírica y monótona la historia del pueblo de Israel, representado por una viña. Por una parte, se nos ofrece el amor de Dios, que es el amigo que posee una viña en “fértil collado”. Un Dios que cuida a su pueblo (“La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar”) y que espera frutos de conversión. Por otra parte, el pueblo (la viña) que, aunque mimado por Dios, en vez de obras de amor y justicia ofrece agrazones “Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos”

Como comprenderás esta historia de amor de Dios e infidelidad del pueblo no puede continuar indefinidamente. Ante tantas y tan repetidas traiciones del pueblo sólo queda desenmascarar a quien no corresponde al amor con amor.

El evangelio (Mateo 21,33-43) es un eco de la primera lectura. Esta parábola, conocida como “Los viñadores homicidas”, leída como una alegoría, dota de significado a cada uno de los personajes que aparecen. Y así, el dueño de la viña es Dios que ha puesto amor, cariño y esperanza en ella. La viña es Israel, el pueblo. Los criados enviados a recoger los frutos, son los profetas. El hijo es Jesús. Los labradores y jornaleros que apalean y matan a los mensajeros son los jefes religiosos y políticos que buscan sus intereses y adueñarse de lo que no es suyo, contraviniendo el plan de Dios.

Toda la parábola es una clara alusión a la historia de Israel y un desenmascaramiento de sus dirigentes, los cuales, teniendo la misión de cuidar y hacer fructificar la viña (al pueblo), se han olvidado de ello y sólo piensan en aprovecharse de la propiedad para su beneficio personal. Y si para este fin hay que apedrear, apalear y matar a criados e hijo, se hace… Esta conducta homicida la desenmascara Jesús.

El culmen de esta historia de amor la protagoniza el dueño de la viña (Dios) enviando a su propio hijo (Jesús) esperando que reaccione el pueblo ante tal muestra de cariño: “Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo.". La historia la conocemos: los sumos sacerdotes, fariseos y dirigentes del pueblo no se convierten ante esta suprema muestra de amor de Dios sino que usan la violencia contra su Hijo.

Reflexión: La parábola no se contenta con describirnos los intentos fallidos de Dios en su amor al ser humano. Además se nos revela que Dios, a pesar de estos intentos fracasados, no desiste en su empeño de cuidar la viña que ha plantado para que dé fruto. Prueba de ello será la respuesta y acción a una pregunta que resuena con fuerza en este texto: «Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Jesús, como piedra rechazada por los constructores y responsables que han sido despojados de su máscara, dará la respuesta como piedra angular del nuevo edificio y pueblo que Dios va construyendo: El Reino de los cielos pasa a otras manos, a otro pueblo capaz de dar fruto, de acoger a los hombres y de proclamar el amor como única ley.

Amig@, la Palabra de Dios, hoy es un “aviso a navegantes”. No podemos hacer de la comunidad-Iglesia nuestro “corralito”, donde se rechaza la predicación de Jesús si ésta no conecta con mi ideología, mi religiosidad, mi costumbre, mi rito, mi opción, mi opinión… La misión a la que eres llamado y enviado, como discípulo misionero, no consiste en ofrecer un producto religioso o unas enseñanzas doctrinales, sino en la formación de una comunidad de hermanos, en la que el encuentro y las relaciones sean manifestaciones del amor de Dios y, de este modo tu vida se convierta en anuncio y testimonio de la presencia del Padre en medio de sus miembros. ¡Cuidado porque la máscara se te cae!

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