
Señal es un término que proviene del latín “signalis”. Se trata de un signo, marca o medio que informa,
avisa o advierte de algo o de alguien. Este aviso permite dar a conocer
una información, realizar una
advertencia o constituirse como un recordatorio.
La experiencia nos dice que, en nuestra vida,
necesitamos de “señales” para poder
distinguir y reconocer a una persona o cosa de las demás. Usamos las señales
para lo más sencillo de nuestro vivir, como marcar una página de un libro que
nos interesa, o como gesto, mediante el movimiento de alguna de las
extremidades del cuerpo, con el objetivo de advertir a otra persona de una
determinada circunstancia, o como aviso sonoro de que el teléfono está ocupado
o no tiene línea, o como necesidad para jugar al mus, o como seguridad que
organiza y regula el tráfico de vehículos… etc Si te detienes a pensar nuestra
vida está salpicada de señales.
En el aspecto espiritual también existen
señales que nos informan, ayudan o advierten de lo esencial con el propósito de
adecuar nuestro interior a lo verdaderamente importante, dejando a un lado lo
circunstancial y prescindible que nos desvían de lo verdaderamente autentico y
genuino. Las lecturas de hoy, segundo
domingo del Tiempo Ordinario (ciclo b) nos hablan de estas señales que
encontramos en nuestra vida espiritual.
La primera lectura (Isaías
42,1-4.6-7) se encuadra dentro del primer poema de los “Cantos del Siervo del Señor”. El Siervo, no confundir con esclavo,
representa un modo peculiar de proceder del hombre delante Dios. Este “Siervo”,
para los cristianos, se convierte en señal simbólica y espiritual de Jesús
porque, aparte de ser elegido por el Señor, tiene la misión de traer la
salvación a los hombres y de ser “alianza
del pueblo y luz de las naciones” Podemos advertir que la descripción de
las características del Siervo del Señor, son señales que nos hablan del
Maestro de Nazaret.
Igualmente, en el evangelio (Marcos 1,7-11) encontramos que Juan señala al Mesías con estas
palabras: «Detrás de mí viene el que
puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os
he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» Este
anuncio queda confirmado en el episodio del Bautismo de Jesús, cuya narración
evoca pasajes del Antiguo Testamento como el leído en la primera lectura de
Isaías 42,1.
Marcos, con la expresión “rasgarse el cielo”, ofrece a su comunidad una señal sobre el Mesías. Se
derriba el muro que separaba a Dios de los hombres y el Espíritu desciende
sobre Jesús para romper el silencio existente. Queda así acreditado como
Mesías. Dios toma la palabra para revelar la identidad de Jesús como su “Hijo
Amado”. El Mesías esperado es también el Hijo amado de Dios. El Bautismo de
Jesús se convierte en la señal por la que la humanidad cuenta, a través del
Hijo, con la presencia salvadora de Dios.
Reflexión:
Con la fiesta litúrgica del Bautismo de Jesús, concluye el tiempo de Navidad.
Pero no finaliza el tiempo de ser nosotros testigos de la Luz y de la Vida.
Todo lo que hemos meditado a lo largo de este tiempo de gracia nos convierte en
señales para aquellos que buscan un sentido de felicidad a su vida.
Si los poemas del Siervo del Señor de Isaías
son señales sobre Jesús y el bautismo del Señor son señales de un Dios que
salva, tú y yo debemos ser señales que acerquen al hombre y la mujer de hoy
hasta Aquel que es “Dios con nosotros”
(Enmanuel)
Nuestras vidas, con sus palabras y acciones,
tienen que ayudar al ser humano a encontrarse con un Dios que abraza, sana y
salva. Nuestro bautismo no fue un acontecimiento social sino un compromiso de
fe. Hemos sido lavados y recibimos al Espíritu Santo en este sacramento para
identificarnos con Cristo, con su misión. Fuimos crismados para continuar
siendo “cristos” en el mundo.
En el bautismo cuando fuimos crismados se nos
dijo: “Dios todopoderoso, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que os ha liberado del pecado y dado nueva vida por
el agua y el Espíritu Santo, os consagre con el crisma de la
salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre
miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey”