La envidia es aquel sentimiento o estado mental en
el cual existe dolor o desdicha por no
poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u
otra clase de cosas. La Real Academia Española (RAE) ha definido la envidia:
“como tristeza o pesar por el bien ajeno”. Egoísmo es el inmoderado y excesivo
amor de sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin
cuidarse del de los demás.
Entre los males del ser humano, también entre
nosotros los cristianos, se encuentran la envidia y el egoísmo como dos de los
principales problemas de la humanidad. Estos males nos hacen creernos
superiores a los demás, nos llevan a negar el saludo al otro, nos separan del
prójimo y nos ciegan hasta el punto de no ver más allá de nosotros mismos,
olvidándonos y despreciando los valores de nuestros semejantes.
La envidia y el egoísmo van de la mano y es
difícil separar y distinguir uno del otro, ya que el envidioso no ve lo que de
grande y maravilloso tiene el otro sino que su egoísmo le lleva a pensar que el
prójimo siempre es inferior.
El envidioso y egoísta no se mira dentro de
sí buscando sus sombras, sino que mira siempre fuera de él y siente las sombras
de los demás ante la claridad de su persona.
Por culpa de la “envidia” nos perdemos el
disfrutar de la vida, perdemos la oportunidad de crecer como personas al lado
de los que nos rodean y perdemos “la alegría” que es imprescindible para
sobrevivir en esta sociedad. Por culpa de la “envidia” sólo ganamos estar
inmersos en un estado de tristeza y de continuo enfado con todo y con todos los
que nos rodean. Además el envidioso quiere que los que viven a su lado sientan
lo mismo que siente él. Siembra envidia y busca separar, dividir, enfrentar y
ser el centro de atención.
No es fácil alegrarse por el bien del
prójimo, pero los que creemos en Jesús de Nazaret y en su mensaje, deberíamos comprender que la
caridad y la justicia tienen su fundamento en valorar al ser humano como
alguien capaz de ser igual que nosotros.
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